2

La gente habló entonces otra vez, excitada. Entraron de prisa en la cavidad. Mal se sentó en cuclillas entre el fuego y los nichos y tendió las manos, mientras Fa y Nil llevaban más leña y la dejaban preparada junto a la hoguera. Liku trajo una rama y se la dio a la anciana. Ha se agazapó contra la roca y se restregó la espalda hasta sentirse cómoda. Estiró la mano derecha, encontró una piedra y la levantó. La mostró a los otros y dijo:

—Tengo una imagen de esta piedra. Mal la usó para cortar una rama. ¡Mirad! Aquí está la parte que corta.

Mal tomó la piedra de Ha, la sopesó, frunció el entrecejo un instante y luego les sonrió.

—Ésta es la piedra que usé —dijo—. ¡Mirad! Aquí pongo mi dedo pulgar y aquí mi mano aprieta alrededor.

Alzó la piedra y simuló que cortaba una rama.

—La piedra es buena —dijo Lok—. No desapareció. Esperó junto al fuego la vuelta de Mal.

Se incorporó y escudriñó la tierra y las piedras de la loma. Tampoco habían desaparecido el río ni las montañas. La saliente los había esperado. De pronto sintió una corriente de felicidad y regocijo. Todo los había esperado. Oa los había esperado.

En aquel momento empujaba hacia arriba las espigas de los bulbos, engordaba las larvas, sacaba los olores de la tierra, arrancaba pimpollos de las grietas y las ramas. Lok se puso a bailar en la terraza junto al río, extendiendo los brazos.

—¡Oa!

Mal se alejó un poco del fuego y examinó el fondo de la saliente. Escudriñó la superficie y barrió unas pocas hojas secas y excrementos de animales al pie de la columna. Se sentó en cuclillas y se encogió acomodando los hombros.

—Aquí es donde Mal se sienta —dijo.

Tocó la roca con el afecto con que Lok o Ha podían tocar a Fa.

—¡Estamos en casa!

Lok volvió de la terraza. Miró a la anciana. Libre ahora de la carga del fuego parecía un poco menos remota, un poco más como ellos. Ahora podía mirarla a los ojos y hablarle, y quizás ella le contestaría. Además, sentía la necesidad de hablar, de ocultar a los otros la inquietud que le producían siempre las llamas.

—Ahora el fuego está en el hogar. ¿Sientes calor, Liku?

Liku se quitó la pequeña Oa de la boca y contestó:

—Tengo hambre.

—Mañana encontraremos comida para toda la gente.

Liku levantó a la pequeña Oa.

—También ella tiene hambre.

—Ella irá contigo y comerá.

Rió mirando a los otros.

—Tengo una imagen...

Entonces los otros rieron también, porque aquella era la imagen de Lok, casi la única que tenía, y la conocían tan bien como él.

—... una imagen de encontrar a la pequeña Oa.

Fantásticamente, la vieja raíz retorcida y combada y alisada por los años, parecía el vientre de una mujer embarazada.

—... Estoy entre los árboles. Toco. Con este pie toco. —Representaba la escena para ellos: cargaba el peso del cuerpo sobre el pie izquierdo y con el derecho exploraba el terreno.—Toco. ¿Qué toco? ¿Un bulbo? ¿Un palo? ¿Un hueso? —El pie derecho de Lok tomó algo y lo pasó a la mano izquierda. Lo miró. —¡Es la pequeña Oa! —Sonrió triunfalmente.—Y ahora donde está Liku está la pequeña Oa.

La gente lo aplaudió, sonriendo en parte a Lok y en parte al relato. Tranquilizado con el aplauso, Lok se instaló junto al fuego y los otros guardaron silencio, contemplando las llamas.

El sol cayó en el río y la luz abandonó la saliente. Ahora el fuego era más que nunca central: ceniza blanca, un punto rojo y una llama que oscilaba hacia arriba. La anciana se movía lentamente y echaba más madera al fuego para que el punto rojo comiera y la llama se hiciera fuerte. Los otros observaban y los rostros parecían temblar a la luz vacilante. Las pieles pecosas habían enrojecido, y en las profundas cavernas que tenían bajo la frente habitaban reproducciones del fuego, y todos los fuegos bailaban a la vez. A medida que se convencían de que hacía calor distendían los miembros y aspiraban el vaho, agradecidos. Movían los dedos de los pies y estiraban los brazos, cuidando de apartarlos del fuego. Cayó sobre ellos un silencio profundo, que parecía mucho más natural que el lenguaje hablado, un silencio eterno en el que había al principio muchos recuerdos de la saliente, y luego quizá ningún recuerdo. Tan completamente descontado estaba el estruendo del agua que oían el suave roce del viento en las rocas. Los oídos, como si tuviesen una vida independiente, clasificaban la maraña de pequeños sonidos y los aceptaban: el sonido de la respiración, el sonido de la arcilla húmeda que se desconchaba, el sonido de las cenizas que caían en la arcilla.

Luego Mal habló con una inseguridad poco habitual:

—¿Hace frío?

De vuelta otra vez a sí mismos, separados, los otros miraron a Mal. Ya no estaba mojado y ahora tenía rizos en el pelo. Se movió hacia adelante decididamente y se agachó de modo que las rodillas tocaran la arcilla, extendiendo los brazos como soportes a los lados. El calor le golpeaba el pecho. Luego el viento primaveral sacudió ligeramente las llamas y envió la delgada columna de humo directamente a la boca abierta de Mal. Mal se atragantó y tosió. Siguió tosiendo y las toses parecían salirle del pecho sin advertencia ni consulta. Retiraron el cuerpo de la proximidad del fuego y Mal siguió jadeando. Quedó tendido de costado estremeciéndose. Los otros vieron que sacaba la lengua y los miraba, asustado.

La anciana habló:

—Es el frío del agua donde estaba el tronco.

Se acercó y se arrodilló junto a Mal, y le frotó el pecho y los músculos del cuello. La cabeza de Mal cayó sobre las rodillas de la anciana, que lo defendió del viento hasta que dejó de toser y calló. El nuevo despertó y descendió a gatas de la espalda de Fa. Se arrastró entre las piernas extendidas con la cabeza roja centelleando a la luz. Vio el fuego, se deslizó bajo las rodillas levantadas de Lok, se tomó del tobillo de Mal y se levantó. Dos fuegos pequeños le brillaban en los ojos mientras permanecía así, inclinado hacia adelante y agarrado a la pierna temblorosa. La gente miraba al nuevo y luego a Mal. De pronto estalló una rama. Lok dio un salto y las chispas volaron en la oscuridad. El nuevo cayó de bruces antes que las chispas descendieran. Corrió entre las piernas, trepó por el brazo de Nil y se ocultó en el pelo de la espalda y el cuello. Luego uno de los fuegos apareció junto a la oreja izquierda de Nil, un fuego que no parpadeaba y observaba cautelosamente. Nil volvió la cara y frotó suavemente la mejilla en la cabeza del niño. El nuevo estaba otra vez encerrado, en la cueva de su propia cabeza, entre los rizos de la madre. Poco después el puntito de fuego, junto a la oreja de Nil, desapareció.

Mal se enderezó de modo que quedó sentado y apoyado contra la anciana. Miró a todos, uno por uno. Liku abrió la boca para hablar, pero Fa le dijo que callara.

Mal habló entonces:

—En un principio estaba la gran Oa. El vientre de Oa parió a la tierra. Le dio de mamar. La tierra parió a la mujer y el vientre de la mujer parió al primer hombre.

Lo escuchaban en silencio. Esperaban más, todo lo que sabía Mal. Era la descripción de la época en que había habido mucha gente, el relato que a ellos les gustaba tanto de la época en que era verano todo el tiempo y las flores y los frutos colgaban de la misma rama. Había también una larga lista de nombres que comenzaba con Mal y retrocedía pasando siempre por el hombre más viejo de la población en cada época. Pero Mal no dijo nada más.

Lok estaba sentado entre él y el viento.

—Tienes hambre, Mal —dijo—. Un hombre que tiene hambre es un hombre frío.

Ha levantó la boca.

—Cuando vuelva el sol encontraremos comida. Quédate junto al fuego, Mal, y te traeremos comida y entonces te sentirás fuerte y caliente.

Fa se acercó y apoyó el cuerpo contra Mal, de modo que los tres lo defendían del fuego. Mal les habló entre toses:

—Tengo una imagen de lo que hay que hacer.

Inclinó la cabeza y examinó las cenizas. La gente esperaba. Podían ver cómo la vida había ido despojándolo. Los largos cabellos le raleaban en la frente, y los rizos que debían haber descendido por la loma del cráneo habían retrocedido, y ahora, sobre las cejas, asomaba una franja de piel desnuda y arrugada, ancha como un dedo. Bajo las cejas, las cuencas de los ojos eran profundas y oscuras; y los ojos, tristes y doloridos. Alzó una mano y se miró atentamente los dedos.

—La gente tiene que encontrar comida. La gente tiene que encontrar madera.

Se tomó los dedos de la mano izquierda con la otra mano; los tomó fuertemente, como si la presión fuera a mantener las ideas adentro.

—Un dedo para la madera. Un dedo para la comida.

Sacudió la cabeza y comenzó de nuevo:

—Un dedo para Ha. Para Fa. Para Nil. Para Liku...

Llegó al final de los dedos y se miró la otra mano, tosiendo suavemente. Ha se movió en su asiento, pero no dijo nada. Luego Mal aflojó la frente y se dio por vencido. Bajó la cabeza y entrelazó las manos sobre el cabello gris de la nuca. Los otros lo oían, sintiendo qué cansado estaba.

—Ha traerá madera del bosque. Nil irá con Ha y el nuevo.

Ha se movió otra vez y Fa retiró el brazo de los hombros del anciano, pero Mal siguió hablando:

—Lok conseguirá comida con Fa y Liku.

Ha habló:

—Liku es demasiado pequeña para ir a la montaña y salir a la llanura.

Liku gritó:

—¡Iré con Lok!

Mal murmuró con la cabeza apoyada en las rodillas:

—He hablado.

Ahora que todo estaba resuelto la gente se sentía inquieta. Sabían que algo andaba mal, pero la palabra estaba dicha. Cuando la palabra estaba dicha era como si ya estuviesen haciendo las cosas, y eso los preocupaba. Ha tiró una piedra contra la roca de la saliente y Nil volvió a quejarse en voz baja. Sólo Lok, que tenía el menor número de imágenes, recordaba la generosidad de Oa y las imágenes deslumbradoras que lo habían hecho bailar en la terraza. Dio un salto y enfrentó a la gente, y el aire nocturno le sacudió los rizos.

—Traeré la comida en mis manos —dijo, e hizo un amplio ademán—, tanta comida que no me tendré derecho. ¡Así!

Fa se burló:

—No hay tanta comida en el mundo.

Lok se puso en cuclillas y replicó:

—Ahora tengo una imagen en la cabeza. Lok vuelve a la cascada. Corre por la ladera de la montaña. Lleva un ciervo. Un gato ha matado al ciervo y le ha chupado la sangre. Así, bajo este brazo izquierdo. Y bajo el brazo derecho —lo extendió— los cuartos de una vaca.

Simuló que se tambaleaba delante de la saliente bajo el peso de la carne. Los otros reían con Lok. Luego se rieron de Lok. Sólo Ha guardaba silencio, sonriendo un poco, hasta que los otros lo advirtieron y se quedaron mirándolos a él y a Lok.

Lok exclamó, enojado:

—¡Es una imagen verdadera!

Ha no dijo nada con la boca, pero siguió sonriendo. Luego, mientras los demás lo observaban, movió las dos orejas, volviéndolas lenta y solemnemente hacia Lok de modo que decían con tanta claridad como si él hubiera hablado: ¡Te escucho! Lok abrió la boca. Se le erizó el pelo. Comenzó a farfullar mudamente a las orejas sarcásticas y los labios entreabiertos.

Fa los interrumpió:

—No lo molestéis. Ha tiene muchas imágenes y pocas palabras. Lok tiene un bocado de palabras y ninguna imagen.

Ha soltó entonces una carcajada y sacudió los pies, y Lok y Liku rieron sin saber por qué. Lok deseó de pronto la paz sin imágenes de la buena armonía de todos. Olvidó el mal humor y se acercó de nuevo al fuego, fingiendo que era muy desdichado, y los otros fingieron también que lo consolaban. Luego volvió el silencio, y sólo hubo un pensamiento o ningún pensamiento en la saliente.

Todos compartían ahora espontáneamente la misma imagen. Era una imagen de Mal, al parecer un poco apartado de ellos, iluminado y claramente definido en toda su desdicha. Veían no sólo el cuerpo de Mal, sino también las imágenes lentas que le crecían y le menguaban en la cabeza. Una sobre todo desalojaba a las otras y asomaba entre los argumentos nebulosos, las dudas y las conjeturas, hasta que supieron qué pensaba Mal tan tristemente convencido.

—Mañana o pasado mañana moriré.

La gente volvió a separarse. Lok tendió la mano y tocó a Mal. Pero Mal no sintió el roce a causa de su propio dolor y el cabello protector de la anciana. La anciana miró a Fa.

—Es el frío del agua.

Se inclinó y murmuró en el oído de Mal:

—Mañana habrá comida. Duerme ahora.

Ha se levantó y dijo:

—Habrá más madera también. ¿No quieres dar de comer al fuego?

La anciana fue al nicho y sacó unos leños. Ajustó hábilmente los trozos de modo que cuando las llamas se elevaron pudieron morder en madera seca. Pronto las llamas azotaron el aire y la gente de la saliente retrocedió. Eso agrandó el semicírculo y Liku se metió entre la gente. Los pelos crujieron con el calor y todos se sonrieron mutuamente complacidos. Bostezaron, amontonándose alrededor de Mal, haciéndole una especie de cuna de carne caliente con el fuego frente a él. Restregaban los pies y murmuraban. Mal tosió un poco y luego también él se quedó dormido.

Lok se sentó en cuclillas a un lado y se quedó mirando afuera las aguas oscuras. No habían tomado una decisión consciente, pero él estaba en guardia. Bostezaba también y examinaba el dolor que sentía en el estómago. Pensaba en la buena comida y baboseaba un poco y estuvo a punto de hablar, pero recordó que todos los demás dormían. Se levantó, en cambio, y se rascó los rizos tupidos que tenía bajo el labio. Fa estaba a su alcance y de pronto volvió a desearla, pero su deseo era fácil de olvidar, porque ahora prefería pensar en la comida. Recordó las hienas y avanzó en silencio por la terraza hasta que pudo mirar el bosque, loma abajo. Kilómetros de oscuridad y de manchas fuliginosas se extendían hasta la faja gris que era el mar; más cerca, el río brillaba en pantanos y meandros. Alzó los ojos al cielo y vio que estaba despejado; sólo unas capas de nubes aborregadas se cernían sobre el mar. Mientras observaba, y se le desvanecía la imagen accidental del fuego, vio aparecer una estrella. Luego aparecieron otras, diseminadas, formando campos de luces titilantes que se extendían de horizonte a horizonte. Los ojos de Lok contemplaban las estrellas sin pestañear, mientras husmeaba las hienas y descubría que no había ninguna cerca. Trepó por las rocas y miró abajo la cascada. Había siempre luz donde el río caía. La espuma humeante parecía atrapar toda la luz y distribuirla sutilmente. Sin embargo, esa luz no iluminaba más que la espuma, de modo que la isla quedaba en una oscuridad total. Lok observó sin pensar en nada los árboles negros y las rocas que asomaban entre la blancura nebulosa. La isla era como la pierna entera de un gigante sentado: las rodillas, empenachadas con árboles y matorrales, interrumpían la caída centelleante de la cascada, y los pies desmañados se extendían más abajo, desapareciendo en la oscuridad. El muslo del gigante, que debía de haber soportado un cuerpo como una montaña, estaba en el agua que bajaba por el barranco y disminuía hasta perderse en las rocas dislocadas que se curvaban, acercándose a la terraza, a una distancia del largo de unos pocos hombres. Lok contemplaba el muslo del gigante como podía haber contemplado la luna: era algo tan remoto que no tenía relación alguna con la vida tal como él la conocía. Para llegar a la isla la gente habría tenido que saltar por encima de esa brecha entre la terraza y las rocas a través del agua, que quería atraparlos y arrojarlos a la cascada. Sólo alguna criatura más ágil y asustada se habría atrevido a dar ese salto, por lo que nadie visitaba la isla.

Le vino una imagen ahora, muy lejos de la cueva junto al mar, y se volvió para mirar el río. Vio los meandros y los charcos que brillaban débilmente en la oscuridad. Se le presentaron extrañas imágenes del sendero que llevaba del mar a la terraza, a través de las tinieblas que se extendían debajo. Miraba y se sentía cada vez más turbado, pensando que el sendero estaba realmente allí donde él miraba. Aquella parte de la región, con su confusión de rocas, que parecían haberse detenido en el instante más tempestuoso de su arremolinamiento, y aquel río de abajo desparramado en el bosque eran demasiado complicados y no alcanzaba a entenderlos, aunque sus sentidos podían encontrar un sendero tortuoso. Abandonó, aliviado, la meditación. Husmeó el aire, en busca de hienas, pero habían desaparecido. Descendió hasta el borde de la roca y orinó en el río. Luego volvió silenciosamente y se agazapó a un lado del fuego. Bostezó una vez, volvió a desear a Fa y se rascó. Había ojos que lo vigilaban desde los riscos, y también ojos en la isla, pero nada se acercaría mientras las cenizas del fuego siguieran brillando. Como si se hubiera dado cuenta de lo que Lok pensaba, la anciana se despertó, echó un poco de leña al fuego y atizó las cenizas con una piedra lisa. Mal tosió secamente en sueños y los otros se agitaron. La anciana se acostó otra vez y Lok se puso las palmas de las manos en las cavidades de los ojos, los frotó soñolientamente, y unos puntos verdes flotaron sobre el río. Miró pestañeando a la izquierda, donde la cascada resonaba de modo tan monótono que ya no podía oírla. El viento se movió en el agua y revoloteó, y luego subió con fuerza del bosque a través de la barranca. La línea bien definida del horizonte se borró y el bosque se iluminó de pronto. Una nube se cernía sobre la cascada, la niebla ascendía desde la cuenca esculpida y el viento azotaba y hacía retroceder el agua del río. La isla se oscureció, la niebla húmeda subió a la terraza, colgó bajo el arco de la saliente y envolvió a la gente con gotas diminutas. La nariz de Lok se abrió y aspiró el complejo de olores que llegaban con la niebla.

Lok se sentó en cuclillas, perplejo y temblando.

Llevó las manos a la nariz y examinó el aire atrapado. Con los ojos cerrados, atento, se concentró en el aire caliente, y durante un instante creyó estar al borde mismo de la revelación. Luego el olor se secó como el agua, se borró como un pequeño objeto lejano cuando lo ahogan las lágrimas. Lok dejó que el aire se fuera y abrió los ojos. El viento alejaba ahora la niebla de la cascada y el olor de la noche era el de todas las noches.

Miró ceñudo la isla, y el agua oscura que se deslizaba hacia el borde, y luego bostezó. No podía concebir una imagen nueva; no había, aparentemente, ningún peligro. El fuego disminuía y era apenas un ojo rojo que sólo se iluminaba a sí mismo, y la gente estaba inmóvil y tenía el color de la roca. Se sentó y se inclinó hacia adelante para dormir, apretándose la nariz con una mano para no sentir la corriente de aire frío. Alzó las rodillas hasta el pecho y presentó al aire nocturno la menor superficie posible. Levantó el brazo izquierdo y metió los dedos en el cabello de la nuca, hundiendo la boca en las rodillas.

Sobre el mar, en un lecho de nubes, había una luz anaranjada que se extendía. El aro de la luna creciente se abría paso entre los brazos dorados de las nubes. El antepecho de la cascada centelleaba; las luces corrían de un lado a otro a lo largo de la orilla o saltaban en un chisporroteo súbito. Los árboles de la isla eran ahora más nítidos, y el tronco del abedul que se alzaba sobre ellos se puso de pronto blanco y plateado. A través del agua, en el otro lado del barranco, el risco conservaba todavía la oscuridad, pero en todos los otros sitios las montañas mostraban sus cimas de nieve y hielo. Lok dormía, en equilibrio sobre las nalgas. Una débil señal de peligro lo habría enviado volando por la terraza como un corredor que salta desde la línea de partida. La cascada centelleaba sobre Lok como el hielo de la montaña. El fuego era un cono romo que contenía un puñado de luz roja. Unas llamas azules oscilaban y se apagaban en los extremos intactos de las ramas y los troncos.

La luna se elevó lenta y casi verticalmente. En el cielo sólo había unos pocos restos de nubes desparramados. La luz descendió a la isla y envolvió las columnas de espuma, descubriendo unas formas grises que se escabullían retorciéndose de la luz a la sombra, o corrían rápidamente por los espacios abiertos en las laderas de las montañas. Unos ojos verdes observaban la luz; caía sobre los árboles del bosque y unas manchas dispersas de color marfil pálido se movían sobre las hojas marchitas y la tierra. Se extendía sobre el río y las algas fluctuantes; y  en el agua relumbraban las ondas, y había círculos y remolinos de fuego frío y líquido. Llegó un ruido desde el pie de la cascada, desde el estruendo, sin eco ni resonancia, la forma de un ruido. Las orejas de Lok se crisparon a la luz de la luna y la escarcha acumulada en los bordes superiores tembló levemente. Las orejas le preguntaron a Lok:

—¿...?

Pero Lok estaba dormido.


 

3

Lok notó que la anciana había comenzado a trabajar antes que nadie, ocupándose del fuego a la primera luz de la aurora. Preparó un montón de leña y Lok oyó en sueños que la leña comenzaba a arder y crepitar. Fa estaba aún en cuclillas; la cabeza inquieta del anciano se sacudía en el hombro de Fa. Ha se movió y se levantó. Salió a la terraza y orinó, y luego volvió y miró al anciano. Mal no se despertaba como los otros. Estaba sentado pesadamente sobre las nalgas, movía la cabeza de un lado a otro en el cabello de Fa y respiraba rápidamente como una gama preñada. Tenía la boca abierta hacia el fuego ardiente, pero otro fuego invisible lo consumía ahora; estaba en todas partes: en la carne de los miembros y alrededor de las cuencas de los ojos. Nil corrió al río y llevó agua en las manos. Mal bebió el agua antes de abrir los ojos. La anciana echó más leña al fuego. Señaló los nichos y movió la cabeza hacia el bosque. Ha tocó a Nil en el hombro.

—¡Ven!

El nuevo despertó también, trepó por el hombro de Nil, maulló un instante y se le acomodó en el pecho. Nil siguió a Ha hacia el atajo que descendía al bosque mientras el nuevo mamaba. Dieron la vuelta al recodo y desaparecieron en la niebla matutina que se cernía casi al nivel de lo alto de la cascada.

Mal abrió los ojos. Los otros se inclinaron para oír lo que decía:

—Tengo una imagen.

Los tres esperaron. Mal levantó una mano y se la puso en la cabeza, sobre las cejas. Aunque le temblaban dos fuegos en los ojos no miraba a la gente, sino a algo muy lejano al otro lado del agua. Tan intensa y temerosa era esta atención que Lok se dio vuelta para ver si podía descubrir por qué Mal estaba tan asustado. No había nada; sólo un tronco, arrancado de alguna tortuosa orilla del río por la fuerte corriente, pasó delante de ellos y fue a detenerse en silencio al borde de la cascada.

—Tengo una imagen. El fuego vuela por el bosque y devora los árboles.

La respiración de Mal era más acelerada, ahora que estaba despierto.

—Se quema. El bosque se quema. La montaña se quema.

La cabeza del anciano se volvió hacia cada uno de ellos. Había pánico en su voz.

—¿Dónde está Lok?

—Aquí.

Mal lo miró, perplejo, con el ceño fruncido.

—¿Quién es éste? Lok está en la espalda de su madre y los árboles son devorados.

Lok movió los pies y rió tontamente. La anciana tomó la mano de Mal y se la llevó a la mejilla.

—Esa es una imagen de hace mucho tiempo —dijo—. Todo eso pasó ya. Lo has visto en sueños.

Fa lo palmeó en el hombro. Luego aplicó la mano a la piel y abrió los ojos. Pero le habló a Mal amablemente, como si le estuviera hablando a Liku.

—Lok está aquí de pie. ¡Míralo! Es un hombre.

Aliviado al comprender por fin, Lok les habló vivamente a todos.

—¡Sí, soy un hombre! —Tendió las manos.—Aquí estoy, Mal.

Liku despertó, bostezando, y la pequeña Oa se le cayó del hombro. Se la puso en el pecho.

—Tengo hambre.

Mal se dio vuelta tan rápidamente que casi se desprendió de Fa y ella tuvo que agarrarlo.

—¿Dónde están Ha y Nil?

—Tú los mandaste afuera —contestó Fa—. Los mandaste a buscar leña. Y a Lok, a Liku y a mí a buscar comida. Te traeremos algo.

Mal se balanceaba hacia atrás y adelante, con la cara entre las manos.

—Ésa es una mala imagen —dijo.

La anciana lo abrazó:

—Duerme ahora.

Fa apartó a Lok del fuego y le dijo:

—No conviene que Liku vaya a la llanura con nosotros. Déjala junto al fuego.

—Mal lo ha dicho.

—Tiene enferma la cabeza.

—Ha visto arder todas las cosas. Tengo miedo. ¿Cómo puede arder la montaña?

Fa replicó en tono desafiante:

—Hoy es como mañana y ayer.

Ha y Nil, con el nuevo, trabajaban a la entrada de la terraza. Llevaban brazadas de ramas rotas. Fa corrió hacia ellos.

—¿Debe Liku venir con nosotros porque Mal lo ha dicho?

Ha se tiró del labio y contestó:

—Eso es una cosa nueva. Pero se ha dicho.

—Mal vio la montaña ardiendo.

Ha miró la montaña oscura que se alzaba dominándolos.

—Yo no veo esa imagen.

Lok rió con nerviosidad.

—Hoy es como ayer y mañana.

Ha sacudió las orejas hacia ellos y sonrió gravemente.

—Se ha dicho.

Inmediatamente desapareció la tensión indefinible y Fa, Lok y Liku corrieron a lo largo de la terraza. Saltaron al risco y comenzaron a trepar. Estaban a bastante altura para ver directamente la línea de espuma humeante al pie de la cascada y oían el estruendo. Cuando el risco se inclinó algo hacia atrás Lok hincó una rodilla en tierra y gritó:

—¡Arriba!

La luz era más brillante ahora. Podían ver el río reluciente entre las montañas y las vastas extensiones de cielo caído donde se embalsaba el lago. Debajo la niebla ocultaba el bosque y la llanura y se apoyaba tranquilamente en la ladera de la montaña. Echaron a correr por la ladera empinada, deslizándose hacia la niebla. Cruzaron por la roca desnuda, llegaron a donde había altos montones de piedras rotas y filosas, descendieron por barrancas escarpadas y llegaron por fin a unas rocas redondeadas donde había algo de hierba y unos pocos arbustos encorvados por el viento. La hierba estaba húmeda y las telarañas tendidas entre las hojas se rompían adhiriéndose a los tobillos. La inclinación de la ladera disminuía y los arbustos eran más frecuentes. Llegaban al límite de la niebla.

—El sol beberá la niebla —dijo Lok.

Fa no le prestó atención. Buscaba con la cabeza baja, y los rizos arrancaban gotas de agua a las hojas. Un ave graznó y se alejó por el aire revoloteando pesadamente. Fa se abalanzó sobre el nido y Liku golpeó con los pies el vientre de Lok.

—¡Huevos! ¡Huevos!

Descendió de la espalda de Lok y se puso a bailar entre las matas de hierba. Fa cortó una espina de un arbusto y agujereó el huevo por los dos extremos. Liku se lo arrancó de las manos y lo chupó ruidosamente. Había un huevo para Fa y otro para Lok. Los tres quedaron vacíos entre dos aspiraciones. Después de comerlos se dieron cuenta del hambre que tenían y se pusieron a buscar. Siguieron adelante, inclinados y buscando. Aunque no levantaban la vista sabían que seguían a la niebla en retirada hasta el terreno llano, y que la opacidad luminosa, allá sobre el mar, contenía los primeros rayos del sol. Separaban las hojas y escudriñaban los arbustos y descubrían las larvas dormidas y los pálidos retoños que yacían bajo un montón de piedras. Mientras trabajaban y comían Fa los consolaba:

—Ha y Nil traerán un poco de comida del bosque.

Lok buscaba larvas, bocados exquisitos y blandos, fortificantes.

—No podemos volver con una sola larva. Yvolver. Y luego una sola larva.

Llegaron a un espacio abierto. Una piedra había caído de la montaña desplazando a otra. El trecho de tierra descubierta había sido invadido por gruesos retoños blancos que salían a la luz, pero eran tan cortos y gruesos que estallaban al tocarlos. Se sentaron en círculo para comerlos. Era tanto lo que hablaban como lo que comían, entre breves exclamaciones de placer y excitación, y al fin comieron sin sentir hambre. Liku nada decía, pero se sentaba con las piernas extendidas y comía con las dos manos.

Poco después Lok hizo un amplio ademán y dijo:

—Si comemos en este extremo del camino podemos llevar a la gente a comer en aquel extremo.

Fa habló confusamente:

—Mal no vendrá y ella no lo dejará solo. Volveremos por este camino cuando el sol vaya al otro lado de la montaña. Llevaremos a la gente lo que podamos sostener en los brazos.

Lok eructó y miró afectuosamente el sendero.

—Éste es un buen lugar.

Fa frunció el ceño y masticó.

—Si el camino estuviera más cerca...

Tragó el bocado entero.

—Tengo una imagen. La buena comida crece. No aquí. Crece junto a la cascada.

Lok se rió.

—¡No hay plantas así junto a la cascada!

Fa separó las manos, observando a Lok todo el tiempo. Luego comenzó a unirlas de nuevo. Pero a pesar de la inclinación de la cabeza, las cejas que se movían ligeramente hacia arriba y hacia los lados hacían una pregunta para la que no tenía palabras. Trató de nuevo:

—Pero sí... Veo esta imagen. La saliente y el fuego están aquí abajo.

Lok levantó la cara y rió:

—Este lugar está aquí abajo, y la saliente y el fuego están allí arriba.

Arrancó más tallos, se los metió en la boca y siguió comiendo. Miró a la luz más clara y vio las señales del día. Poco después Fa olvidó la imagen y se levantó. Lok se levantó también y habló para ella:

—¡Vamos!

Descendieron con dificultad entre las rocas y los arbustos. Casi inmediatamente salió el sol, un círculo de plata mate que corría oblicuamente entre las nubes, aunque siempre estaba en el mismo sitio. Lok iba delante, y lo seguía Liku, seria e impaciente, buscando comida por primera vez. La ladera se hizo más suave y llegaron al borde empinado que daba al mar de hierbas de la llanura. Lok se detuvo y las mujeres esperaron inmóviles, detrás. Se volvió, hizo una pregunta muda a Fa y alzó otra vez la cabeza. De pronto echó aire por la nariz y aspiró. Probó delicadamente el aire, reteniéndolo en la nariz hasta que la sangre se le calentó y sintió el olor. Había verdaderos milagros en aquellas cavernas de la nariz. El olor era apenas perceptible. Si Lok hubiese sido capaz de hacer esas comparaciones se habría preguntado si el rastro era un verdadero olor o sólo el recuerdo de un olor. Tan débil y rancio era ese olor que cuando miró interrogativamente a Fa ella no le entendió. Lok le sopló entonces la palabra:

—¿Miel?

Liku se puso a saltar hasta que Fa le dijo que se quedara quieta. Lok aspiró el aire de nuevo, pero esta vez le llegó una ráfaga distinta y estaba vacía. Fa esperaba.

Lok no necesitó pensar de dónde llegaba el viento. Trepó a una roca en la que no daba el sol y comenzó a buscar rastros. La dirección del viento cambió y sintió el olor de nuevo. Esta vez era excitante y real, y Lok no tardó en seguirlo hasta un pequeño risco que la escarcha, el sol y la lluvia habían gastado convirtiéndolo en una red de grietas. Alrededor de una de las grietas había manchas parecidas a marcas de dedos morenos; una sola abeja, apenas viva, aunque el sol brillaba plenamente en la superficie de la roca, estaba pegada a una profundidad de quizás el ancho de una mano. Fa sacudió la cabeza y dijo:

—Habrá poca miel.

Lok invirtió el espino y metió la punta en la grieta. Unas pocas abejas comenzaron a zumbar lánguidamente, heladas y hambrientas. Lok movió el cabo del espino en la grieta. Liku brincaba.

—¿Hay miel, Lok? ¡Quiero miel!

Las abejas salían de la grieta y revoloteaban alrededor. Algunas caían pesadamente a tierra y se arrastraban moviendo las alas. Una se le posó en el pelo a Fa. Lok sacó el espino. En el extremo había un poco de miel y cera. Liku dejó de brincar y se puso a lamer la punta del palo. Ahora que los otros habían satisfecho su hambre disfrutaban viendo comer a Liku.

Lok charlaba:

—La miel es lo mejor. Hay fuerza en la miel. Mira cómo le gusta la miel a Liku. Tengo una imagen de un tiempo en que la miel saldrá de esta grieta en la roca y podremos tomarla en los dedos. ¡Así!

Pasó la mano por la roca y luego se chupó los dedos y saboreó el recuerdo de la miel. Luego metió otra vez la punta del espino en la grieta, para que Liku pudiera comer. Fa se mostró inquieta.

—Ésta es miel vieja del tiempo en que bajamos al mar —dijo—. Tenemos que encontrar más para los otros. ¡Vamos!

Pero Lok introducía otra vez la punta del espino en la grieta para gozar viendo comer a Liku, mirándole el vientre y recordando la miel. Fa descendió por las rocas, siguiendo la niebla que se retiraba a la llanura, pasó más allá del borde y se perdió de vista. En seguida oyeron que gritaba. Liku trepó a la espalda de Lok, y Lok corrió hacia donde había sonado el grito con el espino preparado. En el borde del roquedal había un barranco escabroso que llevaba a la llanura. Fa estaba agazapada en la boca del barranco, mirando la hierba y los brezos de la llanura. Lok corrió hacia ella. Fa se levantó temblando ligeramente. Había allí abajo dos animales amarillentos, con las patas ocultas por los brezos, tan cerca que ella podía verles los ojos. Los animales alzaban las orejas, alarmados por la voz de Fa, y la miraban fijamente. Lok bajó a Liku, y dijo:

—Sube.

Liku trepó por la ladera del barranco y se agazapó, a una altura que Lok no podía alcanzar. Los animales amarillos mostraron los dientes.

—¡Ahora!

Lok se lanzó hacia adelante con el espino de lado. Fa describió un círculo a su izquierda. Llevaba una piedra afilada como una espada en cada mano. Las dos hienas se acercaron juntas gruñendo. Fa sacudió de pronto la mano derecha y la piedra fue a golpear a una de las hienas en las costillas. La hiena gañó y corrió aullando. Lok avanzó blandiendo el palo y metió las espinas en el hocico gruñón del macho. Los dos animales huyeron hasta ponerse fuera de alcance, hablando perversamente y asustados. Lok se colocó entre ellos y el animal muerto.

—Pronto, huelo a gato.

Fa estaba ya de rodillas, bregando con el cadáver.

—Un gato le ha chupado toda la sangre. No hay daño. Los amarillos ni siquiera han llegado al hígado.

Desgarraba furiosamente el vientre del ciervo con la lámina de piedra. Lok blandía el espino amenazando a las hienas.

—Hay mucho alimento para toda la gente.

Oía a Fa que refunfuñaba y jadeaba mientras desgarraba la piel peluda y las entrañas.

—Rápido.

—No puedo.

Las hienas, habiendo terminado aquella charla perversa, avanzaban por la izquierda y la derecha. Mientras Lok las enfrentaba vio ante él las sombras de dos grandes aves que flotaban en el aire.

—Lleva el ciervo a la roca.

Fa comenzó a tirar del ciervo y luego les gritó furiosa a las hienas. Lok se colocó detrás, se inclinó, y tomó al ciervo por una pata. Arrastró al cuerpo hasta el barranco, blandiendo constantemente el espino. Fa alcanzó una pata delantera y tiró también. Las hienas los seguían desde lejos. Lok y los otros llevaron al ciervo hasta la entrada estrecha del barranco, donde estaba Liku, y las dos aves descendieron. Fa hundió de nuevo en la carne la espina de piedra. Lok encontró un canto rodado y golpeo el cuerpo para romperle las coyunturas. Fa refunfuñaba, excitada. Lok charlaba mientras sus manazas desgarraban, retorcían y arrancaban los tendones. Entre tanto las hienas corrían de un lado a otro. Las aves se posaron en la roca que se alzaba frente a Liku, y la niña bajó hasta donde estaban Lok y Fa. El ciervo estaba ya descuartizado. Fa le abrió el vientre y luego el estómago, y tiró al suelo la hierba fermentada y los tallos masticados que había dentro. Lok le golpeó el cráneo para removerle los sesos y le abrió la boca para sacarle la lengua. Llenaron el estómago con los bocados más exquisitos y enrollaron las entrañas de modo que el estómago se convirtió en una bolsa hinchada.

Mientras, Lok decía entre gruñidos:

—Esto es malo. Esto es muy malo.

Ahora que los miembros del animal estaban rotos y desarticulados, Liku se agazapó junto al ciervo y comió el trozo de hígado que Fa le había dado. El aire entre las rocas los molestaba; era un aire violento, que olía a carne y a maldad.

—¡Pronto! ¡Pronto!

Fa no hubiese podido decir qué temía; el gato no volvería en busca de un animal muerto desangrado. Estaría ya a medio día de distancia en la llanura, rondando alrededor del rebaño, quizá saltando sobre otra víctima para clavarle las garras en el cuello y chuparle la sangre. Sin embargo, había una especie de oscuridad en el aire, bajo las aves vigilantes.

Lok habló en voz alta, reconociendo la oscuridad:

—Esto es muy malo. Oa sacó el ciervo de su vientre.

Fa murmuró entre dientes mientras desgarraba con las manos:

—No hables de eso.

Liku seguía comiendo, ajena a la oscuridad; siguió comiendo el sabroso hígado caliente hasta que le dolieron las mandíbulas. Luego del reproche de Fa, Lok ya no charlaba y rezongaba de cuando en cuando.

—Esto es malo. Pero un gato te mató y no hay culpa.

Baboseaba moviendo los gruesos labios.

El sol había disipado la niebla y ahora podían ver más allá de las hienas las ondulaciones cubiertas de brezos de la llanura, y más allá todavía, en un nivel inferior, las copas de color verde claro de los árboles y el destello del agua. Detrás, las montañas se alzaban austeras. Fa se enderezó y respiró. Se pasó el dorso de la mano por la frente.

—Debemos subir hasta donde los amarillos no puedan seguirnos.

Del ciervo ya no quedaba más que la piel rasgada, los huesos y las pezuñas. Lok entregó su espino a Fa. Fa lo blandió en el aire y les gritó rudamente a las hienas. Lok enlazó las ancas del ciervo junto con las entrañas enroscadas y se las puso alrededor de la cintura de modo que podía sostenerlas con una mano. Se inclinó y tomó con los dientes el extremo del estómago. Fa alzó una parte de los restos del animal y Lok una carga doble de restos desgarrados y temblorosos. Comenzó a retirarse rezongando y en actitud feroz. Las hienas entraron en la boca del barranco y los milanos levantaron vuelo describiendo círculos un poco más arriba del matorral. Liku, muy valiente entre los dos mayores, amenazó con su trozo de hígado a los milanos.

—¡Fuera de aquí! ¡Ésta es la comida de Liku!

Los milanos chillaron, renunciaron y bajaron a discutir con las hienas, que tascaban los huesos rotos y la piel ensangrentada. Lok no podía hablar. Aquellos restos de ciervo era todo lo que hubiese podido llevar a hombros en terreno llano. Ahora colgaban de él y le pesaban principalmente en los dedos agarrotados y en los dientes. Antes de llegar a lo alto del roquedal iba ya doblado bajo el peso de la comida y le dolían las muñecas. Fa se dio cuenta, sin tener ninguna imagen. Se acercó a Lok y le quitó el estómago donde había guardado los restos del ciervo. Lok pudo respirar más fácilmente. Luego Fa y Liku fueron adelante. Lok tuvo que distribuir la carga de tres maneras distintas, y al fin pudo trepar detrás de las mujeres. La oscuridad y la alegría se le confundían de tal modo en la cabeza que podía oír los latidos de su propio corazón. Le habló a la oscuridad que se había cernido sobre la boca del barranco.

—Hay poca comida cuando la gente vuelve del mar. Todavía no hay bayas ni frutos ni miel ni casi nada para comer. La gente está delgada y hambrienta y tiene que comer. No les gusta el sabor de la carne, pero tienen que comer.

Subía con esfuerzo por la ladera de la montaña a lo largo de una loma de roca lisa apoyándose sólo en los pies. Baboseando aún, mientras se tambaleaba a lo largo de las rocas, concluyó con un pensamiento brillante:

—La carne es para Mal, que está enfermo.

Fa y Liku encontraron una falla en la ladera de la montaña y trotaron hacia la brecha. Lok quedó muy atrás, forcejeando y buscando una roca en la que pudiera dejar la carne, como la anciana había dejado el fuego. Encontró una donde comenzaba la falla: una losa ancha, extendida sobre el vacío. Se agachó y dejó caer la carne. Debajo y detrás los milanos enfurecidos eran cada vez más numerosos. Se apartó del barranco y la oscuridad y buscó a Fa y a Liku. Estaban muy adelante, todavía trotando en la saliente, donde anunciarían a los otros que traían comida. Quizás enviarían a Ha para que lo ayudase a llevarla. No tenía ganas de seguir adelante y descansó un rato observando la actividad del mundo. El cielo tenía un color azul claro y la lejana faja del mar no era más oscura. Las sombras más densas eran unas manchas violáceas que avanzaban sobre la hierba, las piedras, los brezos y los afloramientos grises de la llanura. Cuando se posaban en los árboles humedecían las hojas verdes y borraban los centelleos del río. A medida que se acercaban a la montaña se ensanchaban arrastrándose sobre la cima. Lok miró hacia la cascada donde Fa y Liku eran figuras minúsculas, ya apenas visibles. Frunció el ceño, boquiabierto. El humo del fuego se había movido y era ahora distinto. Durante un momento pensó que la anciana lo había cambiado de lugar, pero la imagen era tan tonta que se rió. La anciana no podía hacer un humo como ése. Era una espiral amarilla y blanca; el humo que sale de la madera húmeda o de una rama verde y con hojas; y sólo un tonto o una criatura que no supieran nada de la naturaleza del fuego podía cometer esos errores. Tuvo la imagen de dos fuegos. Las llamas caían a veces del cielo y brillaban en el bosque, un rato, o despertaban mágicamente en la llanura, entre los brezos, cuando las flores se habían marchitado y el sol calentaba demasiado.

Lok volvió a reír ante aquella imagen. La anciana no hacía esa clase de humo y los fuegos no despertaban solos en la primavera húmeda. Observó cómo el humo se desarrollaba y se alejaba por encima del barranco adelgazándose cada vez más. Luego olió la carne y se olvidó del humo y de la imagen. Recogió la carga y avanzó tambaleándose detrás de Fa y Liku a lo largo de la falla. El peso de la carne y la idea de llevar toda aquella comida a la gente le sacaron de la cabeza las imágenes del humo. Fa se acercó corriendo, le quitó de los brazos parte de la carga y los dos descendieron arrastrándose y deslizándose a medias por la última loma.

Un humo denso se elevaba en los riscos; era un humo azul y caliente. La anciana había extendido el lecho de fuego, de modo que entre las llamas y las rocas había una bolsa de aire. Las llamas del fuego y el humo eran como una pared e impedían que el viento entrara en la saliente. Mal yacía en esa bolsa, encogido, como una mancha gris en un fondo pardo, y tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Respiraba rápidamente y el pecho le latía como un corazón. Se le veían los huesos y la carne era como grasa que se derretía al fuego. Nil, el nuevo y Ha bajaron al bosque en el momento en que apareció Lok. Comían mientras caminaban y Ha felicitó a Lok con un ademán. La anciana estaba junto al fuego y examinaba el estómago que Fa le había dado.

Fa y Lok bajaron a la terraza y corrieron al fuego.

Mientras dejaba la carne en las piedras Lok le gritó a Mal por encima de las llamas:

—¡Mal! ¡Mal! ¡Tenemos carne!

Mal abrió los ojos y se apoyó en un codo. Miró a través del fuego el estómago bamboleante y esbozó una sonrisa. Luego se volvió hacia la anciana. La anciana le sonrió y se golpeó el muslo con la mano libre.

—Esto es bueno, Mal. Esto es fuerza.

Liku saltaba junto a la anciana.

—Yo comí carne —dijo—. Y la pequeña Oa comió carne. Y asusté a los pájaros, Mal.

Mal los miraba sonriendo y jadeando.

—Al fin y al cabo, Mal vio una buena imagen.

Lok cortó un trozo de carne y lo masticó. Se echó a reír y corrió tambaleándose por la terraza, simulando que llevaba la carga como en la noche anterior. Habló confusamente con la boca llena:

—Y Lok vio una imagen verdadera. Miel para Liku y la pequeña Oa. Y brazadas de carne, de la víctima de un gato.

Los otros se reían con Lok y se golpeaban los muslos. Mal se recostó, dejó de sonreír, y se quedó en silencio, atento a su propia respiración entrecortada. Fa y la anciana distribuyeron la carne y apartaron unos trozos dejándolos en salientes de la roca o en los nichos. Liku tomó otro pedazo de hígado y evitando el fuego se acercó a Mal. Luego la anciana puso suavemente el estómago sobre una roca, lo desenrolló y comenzó a registrar el interior.

—Traed tierra.

Fa y Lok salieron a la terraza, donde las piedras y los matorrales descendían hasta el bosque. Arrancaron manojos de hierba gruesa, junto con los terrones de las raíces, y los llevaron a la cueva. La anciana tomó el estómago, lo puso en el suelo y raspó la ceniza del fuego con una piedra lisa. Lok se sentó en cuclillas en la terraza y empezó a deshacer los terrones con un palo, diciendo:

—Ha y Nil han traído leña para muchos días. Fa y Lok han traído comida para muchos días. Y pronto llegará el tiempo de calor.

Mientras Lok recogía la tierra seca y desmenuzada, Fa la humedecía con el agua del río. Luego se la llevó a la anciana, que la apretó alrededor del estómago, apresurándose a sacar del fuego las cenizas más calientes y amontonándolas alrededor de la tierra. Las cenizas eran ahora una capa espesa y sobre ellas vibraba el aire caliente. Fa llevó más tierra y césped. La anciana los amontonó alrededor de las cenizas. Lok dejó de trabajar y se levantó para observar la comida. Podía ver la boca plegada del estómago y la tierra apretada y luego las hierbas. Fa lo apartó de un codazo, se inclinó y echó en la boca del estómago el agua que traía en las manos. La anciana observaba críticamente mientras Fa corría de la terraza al río. Fue y vino muchas veces hasta que el agua desbordó en el estómago como una espuma burbujeante. La hierba de los terrones, sobre las cenizas, comenzó a rizarse, retorciéndose, ennegreciéndose y humeando. Unas llamas diminutas saltaban de la tierra y corrían por las hierbas y subían por los tallos como destructoras bolas amarillas. Lok retrocedió y recogió otros terrones. Mientras los echaba sobre las llamas le dijo a la anciana:

—Es fácil no dejar salir el fuego. Las llamas no se escaparán arrastrándose.

No encontrarían comida allí afuera.

La anciana le sonrió sabiamente, en silencio. Lok se sintió tonto. Arrancó una tira de músculo del anca fofa del ciervo y bajó a la terraza. El sol estaba sobre el barranco entre los montes y la jornada terminaba ya. La primera parte del día había pasado tan rápidamente que Lok tenía la impresión de haber perdido algo. Imaginó de algún modo la saliente, cuando él y Fa no estaban en ella. Mal y la anciana habían esperado; la anciana examinando la enfermedad de Mal, Mal jadeando y aguardando a que Ha volviera con la leña y Lok con la comida. De pronto comprendió que Mal no había estado seguro de que ellos fuesen a encontrar comida. Sin embargo, Mal era sabio. Aunque Lok se sentía otra vez importante pensando en la comida, el conocimiento de que Mal no había estado seguro era como un viento frío. El conocimiento, tan parecido al pensamiento, lo cansó al fin; sacudió la cabeza y volvió a ser el Lok cómodo y feliz cuyos superiores lo aconsejaban y lo cuidaban. Recordó a la anciana, tan próxima a Oa, que sabía tanto y para quien todos los secretos estaban abiertos. Se sentía otra vez dominado por un temor reverente, feliz e ignorante.

Fa estaba sentada junto al fuego asando unos trozos de carne en una ramita. El fuego quemaba la rama y los trocitos de carne chisporroteaban y goteaban, y Fa se quemaba los dedos cada vez que tomaba la carne para comerla. La anciana recogía agua en las manos y la vertía en la cara de Mal. Liku se había sentado con la espalda apoyada en la roca y tenía en el hombro a la pequeña Oa. Comía ahora lentamente con las piernas extendidas hacia adelante. La anciana fue a sentarse en cuclillas junto a Fa y se quedó observando la columnita de vapor que se elevaba de las burbujas en el estómago del ciervo. Arrebató un bocado, se lo pasó rápidamente de una mano a otra, y se lo metió en la boca.

La gente guardaba silencio. La vida estaba colmada, no había necesidad de ir a buscar más comida. El día de mañana estaba asegurado y el de pasado mañana era tan remoto que no le preocupaba a nadie. Cuando se satisfacía el hambre la vida era deliciosa. Mal comería pronto los sesos blandos. La fuerza y la agilidad del ciervo comenzarían pronto a crecer en Mal. Sintiendo la presencia de ese prodigio, no tenían necesidad de palabras. Se hundieron por lo tanto en un silencio tranquilo que hubiese podido parecer una melancolía distraída si no fuera por el movimiento de los músculos que subiendo desde las mandíbulas sacudía los rizos a ambos lados de las cabezas abovedadas.

La cabeza de Liku se inclinó y la pequeña Oa se le cayó del hombro. Las burbujas se elevaron activamente en la boca del estómago, se deslizaron hasta el borde y una nube de vapor subió y fue absorbida lateralmente por el aire ascendente del fuego mayor. Fa tomó una ramita, la hundió en la comida, probó el extremo, y se volvió hacia la anciana.

—Pronto.

La anciana probó también.

—Mal debe beber el agua caliente. Hay fuerza en el agua dada por la carne.

Fa se miró ceñudamente el estómago con el ceño fruncido, se puso la mano derecha sobre la cabeza y dijo:

—Tengo una imagen.

Dejó la saliente y señaló el bosque y el mar.

—Estoy junto al mar y tengo una imagen. Es una imagen de una imagen. Estoy... —levantó la cara y frunció el ceño— pensando.

Volvió y se sentó en cuclillas junto a la anciana. Se balanceó un poco hacia atrás y hacia adelante. La anciana apoyó los nudillos de una mano en la tierra y con la otra se rascó bajo el labio. Fa continuó hablando.

—Tengo una imagen de la gente vaciando caracoles junto al mar. Lok saca agua mala de un caracol.

Lok comenzó a decir algo pero Fa lo hizo callar.

—Allí están Liku y Nil...

Se interrumpió, perpleja. La imagen era demasiado vivida y no le encontraba significado. Lok rió y Fa lo apartó como una mosca.

—... agua en un caracol...

Miró a la anciana con esperanza. Suspiró y comenzó de nuevo:

—Liku está en el bosque...

Lok señaló, riendo, a Liku, que se apoyaba en la roca y dormía. Fa lo golpeó esta vez como si tuviera un niño en la espalda.

—Es una imagen. Liku viene por el bosque. Trae a la pequeña Oa...

Miraba fijamente a la anciana. Lok advirtió que la tensión desaparecía en el rostro de la anciana y supo que las dos mujeres compartían una imagen. Vio entonces, él también, una escena confusa de caracoles, Liku, el agua y la saliente. Comenzó a hablar:

—No hay caracoles en las montañas. Sólo algunos  pequeños, en cuevas.

La anciana estaba inclinada hacia Fa. Luego se echó hacia atrás, levantó las dos manos de la tierra y se tocó las nalgas huesudas. Lenta, deliberadamente, la cara le cambió y pareció de pronto que estuviese viendo a Liku demasiado cerca de los colores ostentosos de la baya venenosa. Fa se apartó, llevándose las manos a la cara. La anciana habló:

—Ésa es una cosa nueva.

Dejó a Fa inclinada sobre el estómago del ciervo y agitándolo con una ramita.

La anciana puso una mano en el pie de Mal y lo sacudió suavemente. Mal abrió los ojos, pero no se movió. Tenía en los labios un poco de tierra, oscurecida por la saliva. La luz del sol entraba oblicuamente en la saliente desde el lado nocturno de la barranca y lo iluminaba brillantemente de modo que las sombras se extendían hasta el otro lado del fuego. La anciana acercó la boca a la cabeza de Mal y le dijo:

—Come, Mal.

Mal se apoyó en un codo, jadeando.

—¡Agua!

Lok bajó corriendo al río y volvió con agua en las manos, y Mal bebió. Luego Fa se arrodilló en el otro lado y dejó que Mal se apoyara en ella. Mientras, la anciana hundía un palo en el caldo más veces que los dedos de todo el mundo y lo ponía en la boca de Mal. Respiraba entrecortadamente, y apenas tenía tiempo para tragar el caldo. Al fin comenzó a mover la cabeza de un lado a otro eludiendo el palo. Lok le llevó más agua. Fa y la anciana lo tendieron cuidadosamente de costado y Mal se apartó de ellas, cerrándoles la mente. La anciana se quedó junto al fuego mirando a Mal.

Los otros podían ver que algo del secreto de Mal se le había transmitido a ella; y lo tenía en la cara como una nube. Fa corrió al río. Lok le leyó los labios.

—¿Nil?

Fue tras ella a la luz del atardecer y juntos atis—baron a lo largo del acantilado sobre el río. Ni Nil ni Ha estaban a la vista, y más allá de la cascada el bosque se oscurecía ya.

—Traen demasiada madera.

Fa carraspeó, aprobando.

—Pero traerán madera grande por la loma. Ha tiene muchas imágenes. Traer madera por el acantilado es malo.

Luego notaron que la anciana los miraba, pensando que sólo ella entendía a Mal. Volvieron para compartir la nube que la anciana tenía en la cara. Liku dormía contra la roca y el vientre redondo le brillaba a la luz del fuego. Mal ni siquiera había movido un dedo, pero tenía aún los ojos abiertos. De pronto la luz del sol brilló horizontalmente. Se oyeron unos golpes en el acantilado, sobre el río, y luego las pisadas acompasadas de alguien que llegaba al recodo. Nil corrió por la terraza con las manos vacías. Gritó:

—¿Dónde está Ha?

Lok la miró estúpidamente.

—Está trayendo madera con Nil y el nuevo.

Nil corrió hacia ellos y se puso a temblar aunque estaba a un brazo del fuego. Luego habló rápidamente a la anciana:

—Ha no está con Nil. ¡Mirad!

Dio la vuelta a la terraza corriendo para demostrar que allí no había nadie. Volvió, escudriñó la salíente, tomó un trozo de carne, y comenzó a desgarrarla. El nuevo despertó bajo el pelo de Nil y asomó la cabeza. Un momento después tomó la carne de la boca de Nil y miró atentamente a los otros.

—¿Dónde está Ha? —preguntó Nil.

La anciana se apretó la frente con las manos, pensó un momento en el nuevo problema, y renunció. Se agazapó junto al estómago y empezó a sacar carne.

—Ha recogía leña contigo.

Nil se puso violenta.

—¡No! ¡No! ¡No!

Daba saltitos nerviosos sacudiendo los pechos y la leche afluía a los pezones. El nuevo la olfateó y se le trepó al hombro. Nil lo sujetó furiosamente con ambas manos, y el nuevo maulló antes de chupar. Nil se sentó en cuclillas en la roca y llamó a los otros con los ojos.

—Ésta es la imagen. Hacemos un montón con la leña. Donde está el gran árbol muerto. En el claro. Hablamos del ciervo que trajeron Fa y Lok. Reímos juntos.

Miró a través del fuego y tendió una mano.

—¡Mal!

Mal, jadeando, volvió los ojos hacia ella. Nil le habló mientras el nuevo le chupaba el pecho. Detrás, la luz del sol dejaba el agua.

—Luego Ha va hacia el río para beber y yo me quedo junto a la leña. —Tenía la expresión que habían visto en la cara de Ha cuando los detalles de la imagen eran excesivos.— Después él va también a hacer su necesidad y yo me quedo junto a la leña. Pero él grita: «¡Nil!». Cuando me levanto —Mal se levantó— veo a Ha que corre hacia el risco. Corre detrás de algo. Mira hacia atrás y está alegre y luego está asustado y alegre. ¡Así! Luego no puedo verlo ya. —Los otros siguieron la mirada de Mal risco arriba y ya no podían ver a Ha.— Espero y espero. Luego voy al risco en busca de Ha para traer leña. No hay sol en el risco.

Mal tenía el pelo erizado y mostraba los dientes.

—Hay un olor en el risco. Dos. Ha y otro. No Lok. No Fa. No Liku. No Mal. No Nil. Hay otro olor de nadie. Sube por el risco y baja. Pero el olor de Ha termina. Hay Ha subiendo por el risco cuando el sol se ha puesto. Y luego nada.

La anciana comenzó a sacar los terrones del estómago. Habló por encima del hombro:

—Ésa es una imagen de sueño. No hay otro.

Nil continuó, angustiada:

—No Lok. No Mal. —Fue olfateando por la roca; se encontró demasiado cerca del recodo que daba al risco y volvió con el pelo erizado.— Allí está el fin del olor de Ha. Mal...

Los otros consideraron gravemente esa imagen. La anciana abrió la bolsa humeante. Nil saltó sobre el fuego y se arrodilló junto a Mal. Lo tocó en la mejilla.

—¡Mal! ¿Oyes?

Mal contestó entre jadeos:

—Oigo.

La anciana entregó carne a Nil. Nil la tomó pero no la comió. Esperaba que Mal volviera a hablar, pero la anciana dijo entonces:

—Mal está muy enfermo. Ha tiene muchas imágenes. Come ahora y alégrate.

Nil le gritó con tanta furia que los otros dejaron de comer: —¡No hay Ha! El olor de Ha ha terminado.

Durante un momento nadie se movió. Luego todos se volvieron y miraron a Mal. Mal irguió el cuerpo, trabajosamente, y se balanceó sobre las nalgas. La anciana abrió la boca para hablar, pero en seguida la cerró. Mal se puso las manos extendidas sobre la cabeza. Apenas conseguía mantenerse en equilibrio y comenzó a sacudirse.

—Ha fue a los riscos —dijo.

Tosió y se quedó sin aliento. Los demás esperaron.

—Hay el olor de otro.

Mal se apoyó en el suelo con las dos manos. Temblaba. Se le estiró una pierna y se sostuvo apoyándose en el talón. Los otros esperaban, rojos a la luz del sol poniente y de la fogata, mientras el vapor del caldo ascendía despidiendo un olor fuerte y se ocultaba en la oscuridad.

—Hay el olor de otros.

Durante un momento contuvo el aliento. Luego los demás vieron que los músculos desgastados del cuerpo se le relajaban, y que Mal caía de lado como si no le importase el golpe que se iba a dar contra el suelo. Le oyeron susurrar:

—No puedo ver esa imagen.

Incluso Lok guardaba silencio. La anciana fue a los nichos en busca de leña como si caminara dormida. Hacía las cosas tanteando con las manos y miraba más allá de la gente. Como no podían ver lo que ella veía se quedaron inmóviles y meditando confusamente en la imagen de la desaparición de Ha. Pero Ha estaba con ellos. Conocían muy bien las expresiones de Ha. Aquel olor particular, el rostro serio y silencioso. El espino de Ha estaba  apoyado en la roca, con el mango deformado por la fuerza del puño. La roca de costumbre lo esperaba y ahí delante estaba la marca que el cuerpo de Ha había dejado en la tierra. Todas esas cosas se juntaron en la mente de Lok. Sintió que el corazón se le dilataba y que ahora tenía fuerzas como para devolverles a Ha sacándolo del aire.

De pronto Nil dijo:

—Ha se ha ido.


 

 

4

Asombrado, Lok miró el agua que salía de los ojos de Nil. Se detenía un instante en el borde de las cuencas y luego le caía en goterones sobre la boca y el nuevo. Nil bajó corriendo al río y gritó en la oscuridad. Lok vio que las gotas de los ojos de Fa brillaban también a la luz del fuego y que ella iba a unirse con Nil y le gritaba al río. La impresión de que Ha aún estaba con ellos, en tantas cosas, abrumó a Lok. Corrió detrás de las mujeres, tomó a Nil por la muñeca y la hizo girar.

—¡No!

Nil apretaba fuertemente al nuevo, y el nuevo sollozaba.

El agua seguía goteando de la cara de Nil. Cerró los ojos, abrió la boca y gritó otra vez, fuerte y largamente. Lok la sacudió, enojado.

—¡Ha no ha desaparecido! Mira...

Corrió a la saliente y señaló el espino, la roca y la marca en la tierra. Ha estaba en todas partes. Lok le habló a la anciana:

—Tengo una imagen de Ha. Lo veremos pronto. ¿Cómo podría Ha encontrarse con otro? No hay otro en el mundo...

Fa comenzó a hablar ansiosamente. Nil olfateaba y escuchaba.

—Si hay otro, entonces Ha se ha ido con él. Que Lok y Fa vayan...

La anciana la interrumpió con un ademán.

—Mal está muy enfermo y Ha se ha ido. —Los miró a todos, uno por uno.— Ahora sólo queda Lok...

—Yo lo encontraré.

—...y Lok tiene muchas palabras y no imágenes. Nada se puede esperar de Mal. Dejadme hablar.

Se sentó en cuclillas ceremoniosamente, junto a la bolsa humeante. Lok la miró a los ojos y las imágenes se le fueron de la cabeza. La anciana comenzó a hablar con autoridad, como habría hecho Mal si no hubiera estado enfermo.

—Sin ayuda, Mal morirá. Fa debe llevar un regalo a las mujeres de hielo y hablar por él a Oa.

Fa se sentó junto a ella y preguntó:

—¿Qué otro hombre puede ser ése? ¿Es uno vivo que estaba muerto? ¿Es uno que vuelve del vientre de Oa? ¿Podría ser mi niño que murió en la cueva junto al mar?

Nil olfateó de nuevo.

—Que vaya Lok a buscarlo.

La anciana la reprendió:

—Una mujer para Oa y un hombre para las imágenes que tiene en la cabeza. Dejen que hable Lok.

Lok se descubrió riendo tontamente. Iba al frente de la fila y no haciendo cabriolas en el otro extremo con Liku. La atención de las tres mujeres lo golpeaba. Bajó la vista y se rascó un pie con el otro. Se dio vuelta y quedó de espaldas a los demás.

—¡Habla, Lok!

Trató de fijar los ojos en algún punto de las sombras, olvidando a los otros. Casi sin mirarlo vislumbró el espino apoyado contra la pared. Inmediatamente la Haidad de Ha estuvo con él en la saliente. Sintió una excitación extremada y se puso a hablar:

—Ha tiene una marca bajo los ojos, donde lo quemó el palo. Huele... ¡Así! Habla. Tiene esos pelos en el dedo gordo del pie. —Brincó.— Ha ha encontrado a otro. ¡Mirad! Ha cae del risco... Esto es una imagen. Luego el otro viene corriendo. Le grita a Mal: «¡Ha se ha caído al agua!».

Fa le escudriñó atentamente la cara y dijo:

—El otro no vino.

La anciana tomaba a Fa por la muñeca.

—Entonces, Ha no cayó. Vete en seguida, Lok. Encuentra a Ha y al otro.

Fa frunció el ceño.

—¿Conoce el otro a Mal?

Lok rió de nuevo:

—¡Todos conocen a Mal!

Fa le hizo un gesto rápido pidiéndole que callara. Se llevó los dedos a la boca y tironeó de los dientes. Nil miraba a todos sin comprender lo que decían. Fa se sacó los dedos de la boca y señaló el rostro de la anciana.

—Aquí hay una imagen. Alguien es... otro. Nadie de la gente. Le dice a Ha: «Vamos, aquí sobra comida». Luego Ha dice...

La voz de Fa se apagó. Nil se echó a llorar.

—¿Dónde está Ha?

La anciana le contestó:

—Se ha ido con otro hombre.

Lok tomó a Nil y la sacudió un poco.

—Cambiaron palabras o compartieron una imagen. Ha nos dirá y yo iré a buscarlo. —Miró a los otros.— La gente se entiende.Los otros consideraron esas palabras y asintieron.

Liku despertó y sonrió a todos. La anciana se puso a trabajar en la saliente. Le habló a Fa en voz baja; compararon los trozos de carne, sopesaron los huesos y volvieron donde estaba el estómago para discutir. Nil se sentó al lado; lloraba y comía con una persistencia mecánica e indiferente. El nuevo se arrastró lentamente sobre el hombro de Nil, se balanceó allí un instante, y miró el fuego. Luego se metió bajo los cabellos de Nil. La anciana miró a escondidas a Lok (de modo que hasta la imagen de Ha y el desconocido desapareció de la cabeza de Lok) y se levantó apoyándose primero en un pie y luego en el otro. Liku se acercó al estómago y se quemó los dedos. La anciana siguió mirando y por fin Nil olfateó y le dijo a Lok:

—¿Tienes una imagen de Ha? ¿Una imagen verdadera?

La anciana era una figura de fuego y luz lunar. Recogió el espino de Ha y se lo dio a Lok. Los pies llevaron a Lok fuera de la saliente.

—Tengo una imagen verdadera.

Fa se apresuró a darle comida sacada del estómago, una comida tan caliente que Lok sólo podía sostenerla haciendo juegos de manos. Miró titubeando a las mujeres y se encaminó al recodo. Fuera de la luz del fuego todo estaba negro y plateado; negros la isla, las rocas y los árboles, que parecían grabados nítidamente en el cielo, y plateado el río, con una luz centelleante que ondeaba de una parte a otra a lo largo del borde de la cascada. De pronto la noche se hizo muy solitaria y la imagen de Ha no volvía a la cabeza de Lok. Lok miró a la saliente para encontrar la imagen. Había una cavidad fluctuante en el risco sobre la terraza, con una línea negra que se curvaba en el fondo, donde la tierra se elevaba y ocultaba el fuego. Lok podía ver a Fa y a la anciana sentadas en cuclillas y juntas, sosteniendo un trozo de carne. Se perdió en el recodo y el estruendo de la cascada aumentó para salirle al encuentro. Dejó el espino, y se sentó a comer la carne. Era tierna, caliente y sabrosa. Ya no sentía el dolor desesperado del hambre; y podía saborear la comida. La sostenía a la altura de los ojos, y examinaba la pálida superficie; la luz de la luna se reflejaba allí más suavemente que en el agua. Se olvidó de la saliente y de Ha y se convirtió en el estómago de Lok. Y la cascada estruendosa moteaba la oscura extensión del bosque. La grasa y la dicha serena brillaban en la cara de Lok. Esa noche era más fría que la anterior, aunque él no hacía comparaciones. En la bruma de la cascada había un brillo de diamante que sólo se debía al resplandor de la luna, pero parecía hielo. El viento había amainado y los únicos seres que se movían eran los heléchos colgantes, de los que tiraba el agua. Lok observaba la isla sin verla y atendía a la dulzura que sentía en la lengua, al cloqueo de la garganta, y a la tensión de la piel.

Por fin terminó de comer la carne. Se pasó las manos por la cara, y se limpió los dientes con una punta del espino. Volvió a acordarse de Ha, la saliente y la anciana, y se apresuró a levantarse. Comenzó a utilizar la nariz conscientemente, agazapándose de lado y husmeando la roca. Los olores eran muy complejos y la nariz no parecía ser hábil.

Sabía por qué, y se tendió con la cabeza hacia abajo hasta que sintió el agua en los labios. Bebió y se enjuagó la boca. Trepó de nuevo y se agazapó en la piedra. La lluvia la había suavizado, pero el angosto paso junto al recodo estaba desgastado por el tránsito de otros muchos hombres. Se quedó un rato sobre el monstruoso estruendo de la cascada, atento a las reacciones de la nariz. Los olores se ajustaban a una norma en el espacio y en el tiempo. Allí, junto al hombro, estaba el olor más reciente de la mano de Nil en la roca. Abajo había una asociación de olores, los olores de la gente que había pasado por allí el día anterior, olores de sudor y de leche, y el olor acre de la enfermedad de Mal. Lok clasificó y descartó esos olores y se detuvo en el último olor de Ha. A cada olor acompañaba una imagen más vivida que el recuerdo, una especie de presencia viviente aunque limitada, de modo que Ha estaba otra vez vivo. Inmovilizó la imagen de Ha en la cabeza para no olvidarla.

Seguía agazapado, tomando el espino con una mano. Lo alzó lentamente y lo sostuvo con las dos manos. Los nudillos palidecieron y Lok dio un paso cauteloso hacia atrás. Allí había algún otro. No se lo notaba entre la gente; pero si eliminaba a todos quedaba ese olor, un olor sin imagen. Advirtió que era más fuerte junto al recodo. Alguien había estado allí, con la mano apoyada en la roca, inclinado y atisbando la terraza y la saliente. Lok comprendió en seguida el asombro que había visto en la cara de Nil. Se movió hacia adelante a lo largo del risco, lentamente al principio y luego corriendo hasta que casi volaba por la superficie de la roca. Una confusión de imágenes le revoloteaba en la cabeza mientras corría: allí estaba Nil, perpleja,'asustada; allí estaba el otro, y allí estaba Ha, que avanzaba rápidamente.

Lok se volvió y corrió de regreso. En la plataforma donde él mismo había caído tan inexplicablemente, el olor de Ha se interrumpía como si el risco terminase allí.

Lok se inclinó y miró hacia abajo. Podía ver las algas ondeando bajo el brillo del río. Sentía que los sonidos de la aflicción le subían a la garganta y se tapó la boca con las manos. Las algas ondeaban y el río enviaba una corriente de plata retorcida a lo largo de la orilla oscura. Tuvo una imagen de Ha luchando en el agua, arrastrado por la corriente hacia el mar. Comenzó a avanzar por la roca siguiendo el olor de Ha y del otro hacia el bosque. Pasó entre los arbustos donde Ha había encontrado bayas para Liku, bayas marchitas. Ha vivía allí, apresado por los arbustos. La mano de Ha había tirado de las ramas arrancando las bayas. Estaba vivo en la cabeza de Lok, pero hacia atrás, moviéndose a través del tiempo, hacia el día en que dejaron la orilla del mar. Lok descendió por la ladera saltando entre las rocas y bajo los arbustos del bosque. Los altos capullos y las ramas inmóviles quebraban la luz de la luna, que brillaba mucho en el río. Los troncos de los árboles proyectaban grandes fajas de oscuridad, pero cuando Lok se movía entre ellos la luna le arrojaba una red de luz. Allí estaban Ha y su excitación. Allí iba hacia el río. Allí, junto al montón de leña abandonado, estaba el lugar donde Nil había esperado pacientemente, hasta que los pies dejaron huellas que ahora eran negras en el rocío de la luz. Allí había seguido a Ha, confusa e inquieta. Las huellas subían de nuevo por las piedras hacia el risco.

Lok recordó a Ha en el río. Echó a correr, tratando de no separarse de la orilla. Llegó al claro donde estaba el árbol muerto y bajó hasta el agua. Unos arbustos salían del agua, inclinándose. Las ramas que flotaban en la corriente hacían visible el agua sacando a la luna de la oscuridad. Lok llamó entonces:

—¡Ha! ¿Dónde estás?

El río no contestó. Lok llamó otra vez y esperó mientras la imagen de Ha se oscurecía y desaparecía. Comprendió que Ha se había ido. Luego llegó un grito desde la isla. Lok gritó de nuevo y se puso a saltar, pero mientras saltaba advirtió que no era la voz de Ha la que había llamado. Era una voz distinta, no la voz de la gente. Era la voz de otro. De pronto se sintió muy excitado. Tenía una importancia desesperada que viera al hombre al que olía y oía. Dio la vuelta al claro, sin rumbo, gritando. Luego el olor del otro le llegó desde la tierra húmeda y lo siguió, apartándose del río, hacia la ladera de la montaña; lo siguió inclinado y vacilando a la luz de la luna. El olor describía una curva alejándose del río bajo los árboles y llegaba a las piedras caídas y los matorrales. Allí había un peligro posible: los lobos y los gatos, y también los zorros corpulentos, rojos como Lok mismo, que cuando sentían el hambre de la primavera se volvían salvajes. Pero el rastro del otro era sencillo y ni siquiera se cruzaba con el olor de un animal. Se mantenía apartado del sendero que llevaba a la saliente y prefería los fondos de las hondonadas a las rocas  á  empinadas del costado. El otro había pasado por aquí y allá y se había detenido durante un tiempo inexplicable con los pies vueltos hacia atrás. En una ocasión, donde el camino era más suave y empinado, el otro había dado hacia atrás más pasos que los dedos de una mano. Luego se había vuelto otra vez corriendo barranca arriba, y los pies levantaron tierra, o más bien la desplazaron al posarse en el terreno. Deteniéndose de nuevo, trepó por la ladera de la barranca y se quedó un rato en el borde. En la cabeza de Lok se formó una imagen del hombre, no mediante una deducción razonada, sino porque en cada lugar el olor le decía: ¡haz esto! Así como el olor de gato despertaba en él un sigilo y un refunfuño gatunos, así como la gente había imitado a Mal viendo cómo se tambaleaba en la ladera, así también ahora el olor convirtió a Lok en la criatura que había pasado por allí. Comenzaba a conocer al otro sin comprender cómo lo conocía. Lok, el otro, se sentó en cuclillas en el borde del risco y se quedó mirando por encima de las rocas de la montaña. Luego se lanzó hacia adelante y corrió con las piernas y la espalda inclinadas. Se paró a la sombra de una roca, refunfuñando y a la expectativa. Avanzó con cautela, se puso a gatas y se arrastró lentamente mirando la hondonada del río.

Veía abajo la terraza, pero la roca no le dejaba ver a la gente. Sin embargo, debajo de la roca brillaba un semicírculo de luz rojiza que iba disminuyendo hacia afuera hasta confundirse con la luz de la luna. El viento arrastraba un poco de humo a través del barranco. Lok, el otro, descendió de retallo en retallo. A medida que se acercaba a la saliente marchaba cada vez más despacio y apretaba el cuerpo contra la roca. Se abrió camino, se inclinó hacia el borde y miró abajo. Una lengua de llama que se elevaba del fuego lo deslumhró de pronto; volvía a ser Lok, estaba en la vivienda con la gente, y el otro había desaparecido. Lok se quedó donde estaba, mirando estúpidamente la tierra, las piedras y la terraza tranquila y cómoda. Fa hablaba debajo. Decía palabras extrañas que nada significaban para Lok. Fa apareció cargando un bulto y se alejó trotando por la terraza hacia la borrosa sugestión de un camino que llevaba hacia las mujeres de hielo. La anciana salió, miró a Fa y volvió a ocultarse bajo la roca. Lok oyó que raspaban unas maderas, y una lluvia de chispas ascendió flotando y le pasó por la cara, y la luz del fuego se extendió aún más en la terraza y comenzó a bailar.

Lok se echó hacia atrás y se levantó lentamente. Tenía la cabeza vacía y sin imágenes. A lo largo de la terraza Fa había dejado la roca y la tierra llana y comenzaba a subir. La anciana apareció otra vez, corrió al río y trajo agua en las dos manos. Estaba tan cerca que Lok podía ver las gotas que le caían de entre los dedos y los fuegos gemelos reflejados en los ojos. La anciana se metió bajo la roca y Lok comprendió que no lo había visto, y se asustó. La anciana sabía mucho, pero no lo había visto. Lok ya no era de la gente. Como si aquella comunión con el otro lo hubiera cambiado, era distinto y no podían verlo. No tenía palabras para estos pensamientos, pero sentía esa diferencia y esa invisibilidad como un viento frío que le soplaba sobre la piel. El otro tiraba de las cuerdas que lo unían a Fa, Mal y Liku y el resto de la gente. Las cuerdas no eran el ornamento de la vida sino su esencia. Si se rompían, el hombre moría inevitablemente. De pronto sintió necesidad de que los ojos de alguien se encontrasen con los suyos y lo reconocieran. Se volvió para correr a lo largo de los retallos y dejarse caer en la saliente, pero allí estaba de nuevo el olor del otro. Ya no era parte de Lok, y lo atraía como algo fuerte y raro. Siguió el olor a lo largo de los retallos, sobre la terraza, y llegó así a la orilla del agua. Arriba quedaba el camino que llevaba a las mujeres de hielo.

Las rocas diseminadas de la isla dividían allí la corriente en una extensión de no muchos hombres. El olor bajaba hasta el agua y Lok descendió detrás. Se quedó temblando ligeramente ante la soledad del agua y mirando la roca más próxima. Vislumbró la imagen del salto que había dado el otro para pasar a la primera piedra; y luego, de salto en salto sobre el agua mortífera; vio cómo había llegado a la isla oscura. La luz de la luna caía sobre las rocas y las iluminaba. Mientras, una de las rocas más lejanas cambió de forma. En un lado se alargó una pequeña protuberancia, y se desvaneció rápidamente. La cima de la roca se hinchó, la protuberancia se adelgazó en la base, volvió a alargarse, fue dos veces más pequeña y desapareció.

Lok no se movió y dejó que unas imágenes sucesivas le acudieran a la cabeza. Una de ellas era la imagen de un oso cavernario que había aparecido detrás de una roca y que había oído bramar como el mar. Lok no sabía mucho más acerca del oso, porque después de oír aquellos rugidos la gente había corrido la mayor parte de un día. Esta forma negra y cambiante tenía algo del movimiento lento del oso. Lok trató de ver si la forma cambiaba de nuevo. En la isla había un abedul que sobrepasaba en altura a todos los demás árboles y en aquel momento se destacaba contra el cielo bañado por la luz de la luna. Era muy grueso en la base, indebidamente grueso, y mientras Lok observaba, imposiblemente grueso. La gota de oscuridad parecía coagularse alrededor del tronco como una gota de sangre en un palo. Se alargaba, se engrosaba otra vez y volvía a alargarse. Subía por el abedul con una lentitud perezosa, y colgaba en el aire sobre la isla y la cascada. No hacía ruido, y al final no se movió más. Lok gritó, pero la criatura era sorda o el estruendo de la cascada borraba las palabras:

—¿Dónde está Ha?

La criatura no se movió. Una ráfaga de viento irrumpió en el barranco y la copa del abedul donde estaba la forma negra se inclinó arqueándose. El pelo se le erizó en el cuerpo a Lok, y volvió a sentir algo de la inquietud que había sentido en la ladera de la montaña. Necesitaba la protección de los seres humanos, pero el recuerdo de la anciana que no lo había visto le impedía volver a la saliente. Se quedó allí, mientras el bulto descendía del árbol y desaparecía en las sombras anónimas de la isla. Luego el bulto reapareció y cambió de forma en la roca más lejana. Aterrorizado, Lok trepó por la ladera a la luz de la luna. Antes de tener una imagen clara en la cabeza subía ya por el sendero borroso que Fa había recorrido. Cuando estuvo sobre el agua a la altura de un árbol, se detuvo y miró hacia abajo. La criatura saltaba en ese momento de roca en roca. Lok se estremeció y siguió subiendo.

La ladera se inclinaba hacia atrás; se extendía verticalmente y en  algunos lugares parecía un acantilado. Lok llegó a un manantial en el risco. El agua salía de una hendidura,.se deslizaba por la pendiente e iba a parar al barranco. Estaba muy fría y Lok sintió que una gota le mordía la cara. Olía a Fa y a la carne en la roca. Se metió en la hendidura, que ascendía verticalmente con una lonja de cielo en lo alto. La roca húmeda y resbaladiza trataba de sacárselo de encima. El olor de Fa lo llevó adelante. Cuando llegó al sitio donde estaba el cielo descubrió que la hendedura se convertía en un barranco ancho que parecía llevar directamente a la montaña. Miró hacia abajo y el río era estrecho en la hondonada y todo había cambiado de forma. Deseaba a Fa más que nunca y se metió en el barranco. Detrás de él y al otro lado del barranco las montañas eran brillantes cuernos de hielo. Oyó a Fa, cerca, y le gritó. Fa descendía rápidamente por el barranco, saltando sobre las piedras que golpeaba el agua. Los cantos rodados resonaban bajo los pies de Fa y el ruido rebotaba en los riscos como si todo un grupo de gente pasase por allí. Luego Fa llegó a donde estaba Lok, con el rostro crispado por la ira y el miedo.

—¡Calla!

Pero Lok no le hizo caso y balbuceó:

—He visto al otro. Ha cayó al río. El otro vino y miró la saliente.

Fa lo tomó por el brazo. Tenía el bulto apretado contra el pecho.

—¡Calla! ¡Oa hará que las mujeres de hielo te oigan y se caigan!

—¡Déjame estar contigo!

—Tú eres hombre. Allí hay terror. ¡Vuelve!

—No quiero ver ni oír. Quiero estar a tu lado.

El estruendo de la cascada había disminuido hasta ser un suspiro parecido al sonido del mar distante, cuando hacía mal tiempo. Las palabras se alejaban volando como una bandada de pájaros, describiendo círculos y multiplicándose misteriosamente. En la barranca profunda cantaban los riscos. Fa se tapó la boca con la mano y se quedaron así mientras los pájaros se alejaban cada vez más y no quedó otro sonido que el del agua junto a los pies y el suspiro de la cascada. Fa se volvió y comenzó a trepar por la barranca y Lok fue detrás de ella. Fa se detuvo entonces, furiosa, indicándole con un ademán que se volviera, pero cuando reanudó la marcha Lok la siguió otra vez. Fa se detuvo de nuevo y corrió de un lado a otro entre los riscos pidiéndole a Lok que guardara silencio y mostrándole los dientes, pero él no quería dejarla. El camino de vuelta llevaba al otro Lok que había estado indeciblemente solo. Por fin Fa renunció y ya no hizo caso de Lok. Siguió subiendo trabajosamente barranca arriba y Lok trepó detrás sintiendo que los dientes le rechinaban de frío.

Pues allí por fin no había agua junto a los pies. Había, en cambio, troncos de hielo congelado adheridos sólidamente al risco y en el lado de cada piedra donde no daba el sol había un banco de nieve. Lok sentía otra vez las calamidades del invierno y el terror de las mujeres de hielo, y seguía a Fa de cerca como si ella fuese un fuego caliente. El cielo era una faja estrecha, un cielo glacial, todo punteado de estrellas y salpicado con trazos de nubes que atrapaban la luz de la luna. Ahora Lok podía ver que el hielo se apegaba a las laderas del barranco como la hiedra, ancho abajo y dividiéndose más arriba en un millar de ramas y zarcillos, y las hojas eran de un blanco brillante. Había hielo en el suelo y los pies se quemaban y luego se entumecían. Lok utilizaba entonces las manos, que se le entumecían como los pies. Las nalgas de Fa se meneaban delante, y él las seguía. El barranco se ensanchaba y el cielo derramaba allí más luz. De pronto tropezaron con una pared de roca escarpada. Abajo, a la izquierda, había una línea más oscura. Fa se deslizó hacia esa línea y desapareció. Lok la siguió. Se encontró en una entrada tan estrecha que podía tocar los dos lados con los codos. Se metió entre las rocas.

La luz lo golpeó. Se agachó y se cubrió los ojos con ambas manos. Parpadeando miró hacia abajo y vio piedras que destellaban, masas de hielo y sombras de un azul intenso. Podía ver los pies de Fa delante de él, blanqueados y centellantes; y la sombra de Fa, que cambiaba de forma en el hielo y las piedras. Miró más arriba al nivel de los ojos y vio que las nubes de respiración colgaban alrededor como las nubes de espuma de la cascada. Se quedó donde estaba y Fa se oscureció envuelta en su propia respiración.

El lugar era grande y abierto, rodeado de rocas, y en todas partes las plantas de hiedra del hielo ascendían y se extendían hasta muy arriba. Cuando se encontraban con el suelo del santuario se hinchaban como los troncos de los robles viejos. Las ramas altas desaparecían en cavernas de hielo. Lok retrocedió y miró a Fa, que había subido hacia el otro extremo del santuario. Fa se sentó en las piedras y alzó el bulto de carne. No se oía sonido alguno, ni siquiera el ruido de la cascada.

Fa comenzó a hablar en una voz que era apenas más que un susurro. Al principio, Lok podía oír palabras aisladas, «Oa» y «Mal». Pero las palabras golpeaban las paredes y rebotaban. «Oa» decían la pared y la hiedra, y la pared detrás de Lok repetía «Oa Oa Oa». Luego ya no se oyeron palabras separadas sino un canto: «O» y «A» al mismo tiempo. El sonido se elevaba como el agua en un charco dejado por la marea, se alisaba como el agua, se convertía en una «A» retumbante y ahogaba a Lok. «Enfermo; enfermo», decía la pared en el extremo del santuario; «Mal» decían las rocas detrás, y el aire cantaba con la interminable y creciente marea de «Oa». A Lok se le erizó el pelo en la piel. Movió la boca como para decir «Oa». Miró hacia arriba y vio a las mujeres de hielo. Las cavernas adonde iban a parar las ramas de hiedra eran los lomos. Los muslos y vientres sobresalían del risco, arriba. Pendían de tal modo que el cielo era más pequeño que el suelo del santuario. Uniendo los cuerpos se inclinaban hacia afuera como arcos, y las cabezas puntiagudas brillaban a la luz de la luna. Lok veía que los lomos eran cavernas azules y terribles. Estaban separadas de la roca, y la hiedra era un agua que se escurría entre la roca y el hielo. El charco de sonido se había elevado hasta las rodillas de Lok.

—Aaaa —cantaba el risco—. Aaaa...

Lok se había tendido con la cara contra el hielo. Aunque la escarcha le titilaba en el pelo, el sudor le corría por la piel. Le parecía que el barranco se movía hacia un lado. Fa le sacudió el brazo.

—¡Vamos!

Lok tenía en el estómago una sensación nauseabunda, como si hubiese comido hierbas. Sólo veía unas luces verdes que se movían con una persistencia implacable en un vacío de oscuridad. El sonido del santuario se le había metido en la cabeza y vivía allí como el sonido del mar en un caracol. Los labios de Fa se movieron en la oreja de Lok: —Antes que ellas te vean.

Lok recordó a las mujeres de hielo. Clavó los ojos en el suelo para no ver la luz terrible y salió gateando. Arrastraba el cuerpo como si fuese una cosa muerta. Siguió a Fa y pasaron por la hendedura en la pared y salieron al barranco y luego cruzaron otra hendedura. Lok se adelantó a Fa y echó a correr pendiente abajo. Cayó y rodó, se incorporó, y saltó torpemente entre la nieve y las piedras. Por fin se detuvo, débil y agitado y sollozando como Nil. Fa llegó adonde estaba Lok y lo rodeó con el brazo, y Lok se inclinó para mirar el agua que corría como un hilo por la hondonada. Fa le dijo suavemente al oído:

—Oa es demasiado para un hombre.

Lok se volvió y puso la cabeza entre los pechos deFa.

—Yo tenía miedo.

Durante un rato guardaron silencio. Pero sentían frío y se estremecían.

Menos asustados, pero todavía temblando de frío, descendieron por la ladera empinada. El sonido de la cascada subió hacia ellos. Lok tuvo entonces imágenes de la saliente, y le explicó a Fa:

—El otro está en la isla. Es un gran saltador. Estaba en la montaña. Fue a la saliente y miró abajo.

—¿Dónde está Ha?

—Cayó al agua.

Fa dejó atrás una nube de aliento y Lok oyó la voz que salía de esa nube:

—Ningún hombre cae al agua. Ha está en la isla.

Durante un rato Fa guardó silencio. Lok trataba de imaginar a Ha saltando por la brecha a través de la roca. No podía ver esa imagen. Fa habló de nuevo:

—El otro tiene que ser una mujer.

—Huele a hombre.

—Entonces tiene que haber otra mujer. ¿Puede un hombre salir del vientre de un hombre? Quizás hubo una mujer y luego una mujer y luego una mujer. Ella sola.

Lok pensó. Mientras había una mujer había vida. Pero ¿para qué servía un hombre sino para oler cosas y tener imágenes? Confirmado en su humildad, no quería decir a Fa que había visto al otro o que había visto a la anciana descubriendo que él, Lok, era invisible. Poco después hasta las mismas imágenes y la intención de hablar le desaparecieron de la cabeza, pues habían llegado a la parte vertical del camino. Descendieron gateando en silencio, acompañados por el estruendo del agua. Sólo cuando estuvieron en la terraza y trotaron hacia la saliente, recordó Lok que había salido en busca de Ha y volvía sin él. Como si el terror del santuario los persiguiera, los dos corrieron hacia el refugio.

Pero Mal no era el hombre nuevo que ellos esperaban encontrar. Estaba desfallecido y respiraba tan débilmente que el pecho apenas se le movía. Vieron que tenía la cara verde, y que le brillaba con el sudor. La anciana había mantenido encendido el fuego, y Liku se había apartado. Comía más hígado, lenta y gravemente, y miraba a Mal. Las dos mujeres estaban en cuclillas, una a cada lado. Nil se inclinaba hacia Mal y le secaba el sudor de la frente con los cabellos. Las noticias de Lok sobre el otro parecían estar de más allí. Cuando las oyó, Nil levantó la vista, no vio a Ha y volvió a inclinarse para secar la frente del anciano. La anciana le dio una palmadita en el hombro y dijo:

—Ponte bien y fuerte, anciano. Fa ha llevado una ofrenda a Oa en tu nombre.

Lok recordó entonces su terror bajo las mujeres de hielo. Abrió la boca, pero Fa había tenido la misma imagen y le cerró la boca con la mano. La anciana no lo notó y sacó otro bocado de la bolsa humeante.

—Siéntate y come —le dijo a Mal.

Lok le habló:

—Ha se ha ido. Hay otra persona en el mundo.

Nil se levantó y Lok sabía que iba a llorar, pero la anciana habló como Fa.

—¡Calla!

Nil y Fa levantaron a Mal cuidadosamente hasta sentarlo, apoyado en los brazos y con la cabeza colgando sobre el pecho de Fa. La anciana le acercó un bocado, pero los labios de Mal lo rechazaron.

—No me abran la cabeza y los huesos. Sólo encontrarían debilidad.

Lok miró a las mujeres con la boca abierta. Le salió una risa involuntaria. Luego le dijo a Mal:

—Pero hay otro. Y Ha se ha ido.

La anciana alzó los ojos y le ordenó:

—Trae agua.

Lok corrió al río y volvió con las manos llenas de agua. La vertió lentamente en la cara de Mal. El nuevo apareció bostezando en el hombro de Nil, y se puso a mamar. Los otros vieron que Mal trataba de hablar.

—Ponedme en la tierra caliente junto al fuego.

En el estruendo de la cascada hubo un largo silencio. Hasta Liku dejó de comer y se quedó mirando. Las mujeres no se movieron y observaron largamente el rostro de Mal. El silencio colmó a Lok y se convirtió en agua que le asomó de pronto a los ojos. Luego Fa y la anciana tendieron a Mal suavemente de costado. Le apoyaron los huesos delgados de las rodillas contra el pecho, le levantaron la cabeza de la tierra y pusieron las dos manos debajo. Mal estaba muy cerca del fuego y miraba las llamas. La anciana tomó una astilla de madera y trazó una línea en la tierra alrededor del cuerpo de Mal. Luego lo llevaron a un lado con el mismo silencio solemne.

La anciana eligió una piedra lisa y se la dio a Lok.

—¡Cava!

La luna pasaba por el lado del poniente de la barranca, pero la luz era apenas perceptible en la tierra, a causa del resplandor rojizo del fuego. Liku volvió a comer. Se deslizó a hurtadillas detrás de los mayores y fue a sentarse junto a la roca en el fondo de la saliente. La tierra era dura, y Lok tenía que apoyar todo su peso en la piedra. La anciana le dio una afilada astilla de hueso sacada de la carne del ciervo y Lok descubrió que podía romper fácilmente la superficie. Debajo la tierra era más blanda. La capa superior era como esquisto, pero debajo se desmenuzaba en las manos y podía sacarse con la piedra. Siguió trabajando mientras la luna cruzaba el cielo. En la cabeza de Lok apareció la imagen de un Mal más joven y más fuerte que cavaba también pero en el otro lado del fogón. La arcilla del fogón formaba un círculo combado en un lado del agujero irregular que Lok estaba cavando. Pronto llegó a otro fogón debajo de aquél y luego a otro. Allí había un pequeño risco de arcilla quemada. Cada fogón parecía más pequeño que el de encima, hasta que a medida que el hoyo se profundizaba las capas eran de piedra dura y no mucho más gruesas que una corteza de abedul. El nuevo terminó de mamar, bostezó y se deslizó hasta la tierra, tomó la pierna de Mal, se levantó, se inclinó hacia adelante y se quedó mirando el fuego sin parpadear. Luego se dejó caer, gateó alrededor de Mal e investigó el hoyo. Se balanceó allí, y trepó maullando por la tierra blanda que había sacado Lok. Después volvió a donde estaba Nil y se le agazapó en el regazo.

Lok se sentó, jadeando. El sudor le corría por el cuerpo. La anciana le tocó el brazo y le dijo:

—¡Cava! ¡Sólo queda Lok!

Lok volvió de mala gana al hoyo. Sacó de la tierra un hueso antiguo y lo arrojó lejos, a la luz de la luna. Tropezó con una piedra y cayó hacia adelante.

—No puedo.

Aunque para las mujeres aquello era algo nuevo, tomaron piedras y se pusieron a cavar. Liku las miraba y se volvía hacia el agujero cada vez más profundo y oscuro sin decir nada. Mal temblaba ahora. La columna de fogones de arcilla era más y más estrecha. Tenía las raíces muy abajo, en una olvidada profundidad de la saliente. Cada vez que aparecía una capa nueva, era más fácil trabajar. Al fin casi no podían mantener rectos los lados. Encontraron unos huesos secos y sin olor, unos huesos divorciados de la vida desde hacía tanto tiempo que ya no tenían significado, y los arrojaron a un lado; eran huesos de piernas y costillas, y de una cabeza aplastada y abierta. También encontraron piedras, algunas con bordes afilados que podían cortar, o con puntas que podían taladrar, y las utilizaron en algún momento, pero no las conservaron. La tierra excavada formaba una pirámide junto al hoyo, y pequeños aludes de granos morenos caían mientras sacaban la tierra nueva a puñados. Sobre la pirámide había huesos diseminados. Liku jugaba con las partes de la cabeza. Lok recuperó las fuerzas y se puso también a excavar, y el hoyo creció más rápidamente. La anciana atizó otra vez el fuego, y la mañana era gris más allá de las llamas.

Por fin quedó terminado el hoyo. Las mujeres derramaron más agua en la cara de Mal. Era todo piel y huesos. Tenía la boca abierta como queriendo morder el aire que no podía aspirar. Los otros se arrodillaron alrededor. La anciana los miró a todos.

—Cuando Mal era fuerte encontró mucha comida.

Liku se sentó junto a la roca en el fondo de la saliente, con la pequeña Oa en el pecho. El nuevo dormía bajo el cabello de Nil. Los dedos de Mal se movían en el aire y abría y cerraba la boca. Fa y la anciana alzaron la parte superior del cuerpo y le sostuvieron la cabeza. La anciana le dijo al oído:

—Oa está caliente. Duerme.

Mal se sacudió espasmódicamente. La cabeza le rodó a un costado hasta el pecho de la anciana y se quedó allí.

Nil comenzó a gemir. El sonido llenó la saliente y se alejó resonando por el agua hacia la isla. La anciana puso a Mal de costado y le colocó las rodillas contra el pecho. Junto con Fa lo levantó y lo metió en el hoyo. Le puso las manos bajo la cara y le bajó los miembros. Luego se incorporó y mostró a los otros un rostro inexpresivo. Fue al nicho de la roca y eligió un trozo de carne. Se arrodilló y lo puso en el hoyo junto a la cara de Mal.

—Come, Mal, cuando tengas hambre.

Miró a los otros ordenándoles que la siguieran. Bajaron al río, dejando a Liku con la pequeña Oa. La anciana tomó agua en las manos y los otros la imitaron. Volvió y derramó el agua en la cara de Mal.

—Bebe cuando tengas sed.

Uno por uno los otros derramaron el agua en la cara gris y muerta, repitiendo las palabras. Lok fue el último, y mientras caía el agua sintió una gran ternura por Mal. Fue al río y trajo una segunda ofrenda.

—Bebe, Mal, cuando tengas sed.

La anciana tomó puñados de tierra y los echó sobre la cabeza de Mal. Liku se acercó la última, con timidez, e hizo lo que le ordenaban los ojos de la anciana. Luego volvió a la roca. A una señal de la anciana, Lok arrojó la pirámide de tierra en el hoyo. La tierra cayó silbando suavemente y Mal desapareció en seguida. Lok apretó la tierra con las manos y los pies. La anciana observaba, inexpresiva. La tierra llenó el hoyo, elevándose silenciosamente en un túmulo. Lok se acercó y pisoteó el túmulo, una y otra vez.

La anciana se sentó en cuclillas junto a la tierra recién pisoteada y esperó a que todos la miraran.

Luego dijo:

—Oa se metió a Mal en el vientre.

 


 

 

5

Después del silencio la gente comió. Comenzaron a descubrir que el cansancio los envolvía como la niebla. Había un vacío de Ha y Mal en la saliente. El fuego seguía ardiendo y la comida era buena, pero sentían una lasitud enfermiza. Uno tras otro se encogieron en el espacio entre el fuego y la roca y se durmieron. La anciana fue al nicho y llevó leña al fuego, que rugió como el agua. Recogió los restos de comida y los guardó en los nichos. Luego se sentó junto al montón de tierra donde había estado Mal y se quedó mirando al agua.

La gente no soñaba con mucha frecuencia, pero mientras la luz de la aurora se cernía sobre ellos fueron acosados por una multitud de fantasmas que venían de otro sitio. La anciana veía de soslayo la tensión, la exaltación y el tormento de la gente. Nil hablaba. La mano izquierda rascaba en la tierra. En las bocas de todos había susurros y gritos inarticulados de placer y temor. La anciana miraba fijamente una imagen propia. Las aves comenzaban a gritar y los gorriones descendían y picoteaban a lo largo de la terraza. Lok tendió de pronto una mano que golpeó a la anciana en el muslo.

Cuando el agua centelleaba ya, la anciana se levantó y fue a los nichos en busca de leña. El fuego acogió a la madera con una crepitación ruidosa. La anciana se quedó junto al fuego mirando hacia abajo.

—Ahora es como cuando el fuego voló y devoró todos los árboles.

La mano de Lok estaba demasiado cerca del fuego. La anciana se inclinó, y la retiró, y la puso en el rostro de Lok. Lok se dio vuelta y gritó.

Soñaba que corría. El olor del otro lo perseguía y él no podía escaparse. Era de noche y el olor tenía garras y dientes de gato. Lok estaba en la isla, donde no había estado nunca. La cascada rugía a ambos lados. Lok corría a lo largo de la orilla y sabía que pronto caería agotado y el otro lo alcanzaría. Caía y libraba una lucha eterna. Pero las cuerdas que lo ataban a la gente estaban ahí. Atraída por la desesperada urgencia de Lok la gente venía caminando fácilmente sobre el agua. El otro se había ido y la gente lo rodeaba. Lok no podía verlos claramente a causa de la oscuridad, pero sabía quiénes eran. Se acercaban cada vez más, pero no como si estuvieran en la saliente y reconociesen el hogar y dispusieran libremente de todo el espacio. Llegaban y se unían a Lok, cuerpo con cuerpo. Compartían un mismo cuerpo como compartían una misma imagen. Lok estaba a salvo.

Liku despertó. La pequeña Oa se le había caído del hombro y la levantó. Bostezó, vio a la anciana y dijo que tenía hambre. La anciana fue a un nicho y le llevó el último trozo de hígado. El nuevo jugaba con la melena de Nil. Tironeó, se le colgó del pelo, y Nil se despertó y volvió a sollozar. Fa se incorporó, Lok se movió otra vez y casi fue a parar al fuego. Se apartó de un salto murmurando. Vio a los otros y les dijo tontamente:

—Dormía.

La gente bajó al río, bebió e hizo sus necesidades. Cuando regresaron tenían la impresión de que había mucho que decir en la saliente; dejaron dos lugares vacíos como si los que habían estado allí pudieran volver un día. Nil dio de mamar al nuevo y se peinó los rizos con los dedos.

La anciana se apartó del fuego y les dijo:

—Ahora está Lok.

Lok la miró estúpidamente. Fa inclinó la cabeza. La anciana se acercó a Lok, le tomó la mano con firmeza y lo llevó a un lado, al lugar de Mal. Hizo que Lok se sentara allí, con la espalda contra la roca y las nalgas hundidas en la tierra alisada que Mal había socavado. Lo extraño de la situación abrumaba a Lok. Miró el agua de soslayo y luego a la gente, y rió. Había ojos en todas partes y lo observaban. Estaba a la cabeza de la procesión y no a la cola, y todas las imágenes le salían directamente de la cabeza. La sangre le calentaba la cara y se apretó los ojos con las manos. Miró a través de los dedos a las mujeres, a Liku y luego al túmulo en que estaba enterrado el cuerpo de Mal. Necesitaba hablar con Mal, y que Mal dijera lo que debía hacer. Pero del túmulo no salía ninguna voz ni ninguna imagen. Se apoderó de la primera imagen que le entró en la cabeza.

—Soñé. El otro me perseguía. Luego estábamos juntos.

Nil levantó al nuevo en su pecho.

—Soñé. Ha se acuesta conmigo y con Fa. Lok se acuesta con Fa y conmigo —dijo, y se echó a llorar.

La anciana hizo un gesto que los asustó y enmudeció.

—Un hombre para las imágenes. Una mujer para Oa. Ha y Mal se han ido. Ahora está Lok.

Lok habló con una voz pequeña, como la de Liku:

—Hoy cazaremos para conseguir comida.

La anciana esperaba despiadadamente. Había todavía comida en los nichos, aunque poca. ¿Por qué salir entonces en busca de comida? Además no tenían hambre.

Fa se inclinó hacia adelante. Mientras hablaba, parte de la confusión desapareció en la cabeza de Lok.

—Tengo una imagen. El otro busca comida y la gente busca...

Miró a la anciana en los ojos atrevidamente.

—Luego la gente tiene hambre.

Nil se frotó la espalda contra la roca.

—Ésa es una mala imagen.

La anciana les gritó:

—¡Ahora está Lok!

Lok recordó. Se quitó las manos de la cara.

—He visto al otro. Está en la isla. Salta de roca en roca. Sube a los árboles. Es negro. Cambia de forma como un oso en la cueva.

Los otros miraron hacia la isla. Había sol, y una niebla de hojas verdes. Lok habló de nuevo.

—Yyo seguí el olor del otro. Estaba allí. —Señaló el techo de la saliente y los demás levantaron la vista.— Estaba allí y nos miraba. Es como un gato y no es como un gato. Es también como, como...

Las imágenes se le fueron de la cabeza durante un rato. Se rascó la barbilla. Había muchas cosas que decir. Deseaba haberle preguntado a Mal cómo una imagen se une a otras de modo que la última sale de la primera.

—Quizás Ha no está en el río. Quizás está en la isla con el otro. Ha era buen saltador.

La gente miró a lo largo de la terraza el lugar donde las piedras separadas de la isla llegaban a la orilla. Nil se arrancó al nuevo del pecho y dejó que se arrastrara por la tierra. El agua le caía de los ojos.

—Ésa es una buena imagen.

—Yo hablaré con el otro. ¿Cómo puede estar siempre en la isla? Buscaré un nuevo olor.

Fa se dio una palmada en la boca.

—Quizá salió de la isla, como de una mujer. O salió de la cascada.

—Yo no veo esa imagen.

Lok estaba descubriendo lo fácil que era hablarles a los otros, cuando querían escuchar. Ni siquiera necesitaba dar una imagen con las palabras.

—Fa buscará un olor y Nil y Liku y el nuevo...

La anciana no quería interrumpirlo. En cambio tomó una rama y la arrojó al fuego. Lok se levantó de un salto dando un grito y calló. La anciana habló por él:

—Lok no quiere que vaya Liku. No hay hombre. Que vayan Fa y Lok. Eso es lo que dice Lok.

Lok la miró perplejo y los ojos de la anciana no le dijeron nada. Meneó la cabeza.

—Sí —dijo—, sí.

Fa y Lok corrieron juntos hacia el extremo de la terraza.

—No le digas a la anciana que has visto a las mujeres de hielo.

—Cuando bajé por la montaña siguiendo al otro, ella no me vio. —Recordó el rostro de la anciana.—¿Quién puede decir lo que ve o lo que no ve?

—No se lo digas.

Lok trató de explicar:

—Yo he visto al otro. Él y yo nos arrastramos por la ladera de la montaña y acechamos a la gente.

Fa se detuvo y los dos miraron la brecha entre la roca de la isla y la terraza. Fa señaló.

—¿Podía Ha saltar eso?

Lok examinó la brecha. Las aguas aprisionadas se arremolinaban enviando una cola de rayas brillantes río abajo. Los remolinos irrumpían en la superficie verde, como jorobas. Lok comenzó a representar con gestos sus imágenes:

—Con el olor del otro soy el otro. Me arrastro como un gato. Estoy asustado y hambriento. Soy fuerte. —Interrumpió la pantomima y corrió más allá de Fa. Luego volvió y se colocó frente a ella.—Ahora soy Ha y el otro. Soy fuerte.

—No veo esa imagen.

—El otro está en la isla...

Extendió los brazos todo lo que pudo y los sacudió como si fueran las alas de un pájaro. Fa hizo una mueca y luego rió. Lok rió también, cada vez más contento. Corrió alrededor de la terraza, graznando como un pato, y Fa se rió de él. Estaba a punto de volver, aleteando, para compartir su broma con la gente, cuando recordó. Patinó y se detuvo.

—Ahora está Lok.

—Encuentra al otro, Lok, y habla con él.

Lok recordó el olor. Husmeó alrededor de la roca. No había llovido y el olor era muy débil. Recordó la mezcla de olores en el risco, sobre la cascada.

—Vamos.

Corrieron por la terraza hasta más allá de la saliente. Liku les gritó y alzó a la pequeña Oa. Lok dio la vuelta al recodo y sintió que el cuerpo de Fa lo tocaba en la espalda.

—El tronco mató a Mal.

Lok se volvió hacia ella y crispó las orejas, sorprendido. Fa añadió:

—Quiero decir el tronco que no estaba allí. Mató a Mal.

Lok abrió la boca y se dispuso a discutir, pero Fa lo empujó:

—Sigue.

No pudieron dejar de ver en seguida las señales del otro. El humo se elevaba en el centro de la isla. Había muchos árboles en la isla y algunos se inclinaban de modo que las ramas se hundían en el agua y la gente no podía ver la orilla. Entre los árboles había espesos matorrales que crecían profusamente, de modo que el suelo de roca estaba todo cubierto de hojas. El humo subía en una densa espiral que se extendía y desaparecía. No cabía duda. El otro tenía un fuego y utilizaba troncos gruesos y húmedos que la gente no hubiese podido levantar. Fa y Lok contemplaban el humo sin encontrar una imagen común. Había humo en la isla, había otro hombre en la isla...

Por fin Fa se volvió y Lok vio que temblaba.

—¿Por qué? —le preguntó.

—Tengo miedo.

Lok lo pensó y dijo:

—Bajaré al bosque. Eso está más cerca del humo.

—Yo no quiero ir.

—Vuelve a la saliente. Ahora está Lok.

Fa volvió a mirar la isla. De pronto se acercó al recodo y desapareció.

Lok descendió por el risco a través de las imágenes de la gente y llegó al sitio donde empezaba el bosque. El río se veía ocasionalmente, pues los arbustos no sólo colgaban sobre la antigua orilla, sino que además el agua había subido y muchos arbustos hundían allí los pies. Donde el terreno era bajo el agua entraba anegando la hierba. Los árboles se alzaban en los terrenos más altos y los pies de Lok se movieron expresando el horror que le inspiraba el agua y el deseo de ver al hombre nuevo o a la gente nueva. Cuanto más se acercaba a la parte de la orilla opuesta al humo, tanto más crecía su excitación. Hasta se atrevía a dejar que el agua le llegara más arriba de los tobillos, y avanzaba temblando y haciendo cabriolas. En los lugares en que no podía ver el río, o mantenerse cerca, rechinaba los dientes, se desviaba hacia la derecha y seguía tropezando. Bajo el agua había fango y puntas de bulbos descoloridas. Normalmente los pies de Lok habrían tomado los bulbos, pero en aquel momento no eran más que unas breves durezas. Entre él y el río se extendía toda una cubierta de matorrales florecidos. Se apoyó tambaleándose y perdiendo pie en el ramaje que se entrelazaba y se combaba. Las ramas verdes no tenían fuerza para sostenerlo si no se tendía abierto de piernas y brazos entre los capullos y los espinos. Luego observó que había agua debajo, un agua profunda donde los tallos de los matorrales se perdían de vista. Trastabilló y los matorrales se alejaron. Vislumbró un espacio brillante al nivel de los ojos y lanzó un grito y trepó con una especie de levitación angustiada al barro seguro y desagradable. Allí no había camino alguno que llevara al río, excepto para las gallináceas. Corrió río abajo internándose en el bosque, de suelo más firme, y salió al claro donde estaba el árbol muerto. Bajó a la pequeña escarpa de tierra. Allí el agua se recogía en remolinos, pero en la otra orilla seguía elevándose el humo desde un misterio de árboles y malezas. Tuvo la imagen del otro que trepaba por el árbol y atisbaba a través de la brecha. Se alejó corriendo por el sendero —el olor de la gente se percibía aún— hasta que estuvo junto al pantano, pero el tronco nuevo había desaparecido. El árbol en el que había columpiado a Liku seguía en el otro lado. Miró alrededor y vio un haya tan grande que las nubes parecían enredarse en las ramas. Apoyándose en una rama trepó por el árbol rápidamente. El tronco se dividía y en la horquilla había agua de lluvia. Subió por la rama más gruesa mano tras pie hasta que sintió el solemne movimiento del árbol bajo el viento. Las yemas no habían brotado todavía, pero los millares de hojas verdes nublaban la vista lo mismo que las lágrimas. Lok se impacientó. Subió más arriba hasta llegar a la copa, y allí comenzó a romper las ramas que se interponían entre él y la isla. Luego miró hacia abajo por un agujero que cambiaba de forma a cada momento, al moverse las ramas. El agujero abarcaba parte de la isla.

Había ramas en todas las partes de la isla, y se extendían a lo largo de la orilla como nubes de brillante humo verde. Detrás, los árboles más grandes eran como humaredas que ascendían verticalmente y luego ondulaban. El fondo de todo ese verdor era el negro de los troncos y de las ramas, y no había tierra. Pero había un ojo brillante donde ardía el fuego, en la base del verdadero humo, y cuando las ramas se movían el ojo parpadeaba y hacía guiños. Mirando fijamente el fuego vio por fin la tierra junto a él, muy oscura y más firme que la tierra cercana a aquel lado del río. Debía de estar llena de bulbos, nueces caídas, larvas y hongos. Era indudable que allí había buena comida para que el otro comiera.

El fuego parpadeó vivamente y Lok parpadeó también. El fuego había parpadeado no a causa del movimiento de las ramas, sino porque alguien se había movido delante, alguien tan negro como las ramas.

Lok sacudió la copa del haya.

—¡Eh, hombre!

El fuego parpadeó dos veces, y Lok comprendió de pronto que allí había más gente. Le llegó otra vez la fuerte excitación del olor. Sacudió la copa del árbol como si quisiera romperla.

—¡Eh, gente nueva!

Una gran fuerza entró en Lok. Podía haberse lanzado a través del agua invisible hasta donde estaban los hombres. Se atrevió a hacer una acrobacia desesperada en las ramas delgadas de la copa y luego gritó otra vez:

—¡Gente nueva! ¡Gente nueva!

De pronto se quedó helado en las ramas oscilantes. Los nuevos lo habían oído. Supo, por el parpadeo del fuego y el sacudimiento de los matorrales, que los otros se acercaban. El fuego parpadeó nuevamente, pero un sendero entre el humo verde comenzó a retorcerse avanzando hacia el río. Lok oía crujidos de ramas y se inclinó.

Luego no sucedió nada más. El humo verde no se movía ni ondulaba suavemente bajo el viento. El fuego parpadeaba.

Tan inmóvil estaba Lok que oyó el ruido de la cascada, monótono, interminable. El puño que le aferraba la mente a los hombres nuevos comenzó a aflojarse y otras imágenes le entraron en la cabeza.

—¡Gente nueva! ¿Dónde está Ha?

Abajo, junto al borde del agua, temblaron las ramas verdes. Lok miró atentamente. Siguió los movimientos de las ramas en la parte baja del tronco principal y arrugó la piel sobre las cuencas de los ojos. Vio un antebrazo o quizá la parte superior de un brazo a través de la rama, y era negro y peludo. La maleza verde tembló otra vez y el brazo negro desapareció. En la cabeza de Lok se formó una imagen nueva de Ha en la isla: Ha con un oso, Ha en peligro.

—¡Ha! ¿Dónde estás?

En la otra orilla los matorrales se sacudían y retorcían: la huella de un movimiento se alejaba rápidamente de la orilla y se introducía de nuevo entre los árboles. El fuego volvió a pestañear. Luego las llamas desaparecieron y una nube de humo blanco se elevó entre las masas verdes. La base de la nube se adelgazó y desapareció y el humo blanco siguió subiendo lentamente, girando. Lok se inclinó peligrosamente hacia afuera para examinar los árboles y los matorrales. La urgencia lo acosaba. Giró entre las ramas hasta que pudo ver el árbol más próximo río abajo. Saltó a una de las ramas, tomó impulso, y como una ardilla roja siguió saltando de árbol en árbol. Luego trepó por otro tronco, arrancó unas ramas y miró hacia abajo.

 

El estruendo de la cascada se había amortiguado un poco y alcanzaba a ver las columnas de espuma. Se posaban sobre el extremo más alto de la isla, de modo que allí unas sombras cubrían los árboles. Paseó entonces los ojos a lo largo de la isla hasta el sitio donde se habían movido los matorrales y había parpadeado el fuego. Podía ver, aunque no claramente, un espacio abierto entre los árboles. El humo del fuego apagado todavía flotaba en el aire, pero se dispersaba lentamente. No había gente allí, aunque Lok veía el lugar donde habían roto los matorrales y el sendero de tierra removida que corría entre la orilla y el espacio abierto. En el extremo interior de ese sendero había montones de troncos, grandes y muertos, con la podredumbre de los años alrededor. Lok examinó los troncos con la boca abierta y la mano libre apretada sobre la cabeza. ¿Por qué llevaba la gente toda aquella comida —veía claramente las setas al otro lado del río— y también la madera inútil? Eran gente que no tenía imágenes en la cabeza. Luego vio un tronco quemado en la tierra donde había estado el fuego, y otros troncos amontonados allí cerca. De pronto, sintió miedo, un miedo tan grande y falto de razón como el de Mal cuando había visto arder el bosque, en sueños. Y como él era parte de la gente y estaba unido a ella por mil lazos invisibles, temió por la gente. Comenzó a temblar. Los labios se le retorcían descubriendo los dientes, y no podía ver con claridad. Oyó que su propia voz gritaba a través de un ruido estrepitoso que le resonaba en los oídos: